Manifestación de la Marea Blanca, en
Sevilla, el 26 de enero de 2020
Probablemente sea un
ingenuo, pero aún sigo creyendo que la democracia parlamentaria es el menos
malo de los sistemas políticos que conocemos. No obstante, pienso que tiene
bastantes fallos y podría enumerar buena parte de ellos, pero no lo haré. No
pienso alimentar polémicas estériles que hoy no vienen a cuento. Tenemos
problemas más urgentes que atender.
No he votado a Pedro
Sánchez, y he de confesar que sólo he votado al PSOE una vez en toda mi vida,
el 28 de octubre de 1982. Me arrepentí de haber emitido ese voto dos meses
después, cuando vi el currículum de los ministros que Felipe González acababa
de nombrar.
Pero soy español, y siempre
he creído que el gobierno que mis compatriotas han elegido, si lo han hecho
libremente, es mi gobierno. Aunque no lo haya votado. Mi pueblo se puede
equivocar en su elección (y estoy convencido de que lo ha hecho muchas veces.
Si no, hubiera votado de otra manera, obviamente), pero por eso no deja de ser
mi pueblo. Y cuando mi pueblo es atacado entiendo que hay que defenderlo, con
las armas que correspondan, en función de la naturaleza de ese ataque. Hoy
estamos bajo asedio. Y nuestro enemigo se llama COVID-19.
Cuando ese enemigo atacó
había un gobierno en España. Ese era el gobierno de España, el que se formó
después de unas elecciones generales en las que participamos todos los que
quisimos hacerlo (yo también) que, por cierto, habían tenido lugar tan solo
cuatro meses antes. De hecho, cuando se decretó el Estado de Alarma, este
gobierno llevaba apenas dos meses en funciones.
El enemigo no tiene color
político. Hubiera atacado igual gobernara el partido que gobernara. No tiene
ninguna predilección ideológica. Y tuvo que hacerle frente el gobierno que
estaba en ese momento, que tenía la legitimidad que dan las urnas, que es el
principio que entre todos hemos acordado. Era, por tanto, el gobierno legítimo,
según dicta el ordenamiento jurídico de nuestro país.
Y ese gobierno, que sólo
llevaba dos meses en funciones, tuvo que arar con los bueyes que tenía.
Administraba el presupuesto de 2018, que había sido elaborado por otro
gobierno, de otro signo político. Y estaba al frente de la infraestructura
sanitaria y económica que había heredado. Estaba sometido a la multitud de
presiones económicas a las que están sometidos la mayoría de los gobiernos de
nuestro entorno, y tenía la autonomía relativa que tiene un país de la Unión
Europea, de la zona euro además, que limita bastante la capacidad de maniobra
de los estados que la componen, que no es mucha (no puede emitir deuda
libremente, no puede acuñar moneda, compite fiscalmente con sus socios, etc.,
etc., es decir, no puede hacer nada de lo que hicieron los últimos gobiernos
del franquismo y los primeros de la democracia para enfrentarse con la brutal
crisis de 1973). Hace sólo tres meses que el Reino Unido abandonó esa unión
para tener, precisamente, una mayor capacidad de decisión económica, una
decisión que se ha visto facilitada por su no pertenencia previa a la zona
euro.
Ningún gobierno de los
que hay ahora en el mundo ha sido elegido para hacer frente a la pandemia. Ésta
ha sido un desafío sobrevenido, que nadie había previsto y que ha sorprendido a
todos. Nadie llevaba en su programa electoral algún plan para enfrentarse con
ella. Este es uno de la multitud de imponderables a los que tiene que hacer
frente un político que está al mando de alguna institución, sea ésta la que
sea.
No sé si se ha percatado
de que los cuatro países con mayor número de infectados están entre los cinco
países más visitados del mundo (el que falta es China, el foco de la pandemia).
¿Casualidad? Son países con las fronteras bastante abiertas. Los tres europeos
(España, Italia, Francia) pertenecen además al Espacio Schengen, es decir, que no tienen aduanas terrestres en la
mayor parte de sus fronteras exteriores.
El virus no se mueve
solo. Lo mueven las personas que lo portan, los portadores. Si tienes las
fronteras abiertas, las tienes para las personas y para todo lo que éstas
llevan consigo, virus incluidos (y también especies invasoras de animales,
plantas, etc. un tema del que habrá que hablar otro día).
Estos días están
proliferando un montón de debates estúpidos y de comparaciones
descontextualizadas, ante la constatación obvia de que los gobiernos asiáticos
han controlado la pandemia mejor que los europeos. Claro, como que su concepto
de lo que nosotros llamamos “libertades individuales” es radicalmente diferente
del nuestro, y eso tiene consecuencias evidentes.
En cualquier caso, un modelo de sociedad es algo que no se
improvisa de un día para otro. El reverencial respeto del ciudadano chino por
la autoridad es milenario, está profundamente enraizado en su civilización. No
voy a juzgarlo. Cada comportamiento hay que verlo en su propio contexto para
poderlo entender, es hijo de su propia historia (de eso hemos hablado mucho en
este blog). Sólo constato que esa concepción del mundo no es la nuestra, que
nosotros vivimos de otra manera. Me gustaría ver a más de un bocazas de esos
que arreglan el mundo en la barra de un bar después de haberse tomado tres
cervezas, expresándose con la misma libertad en Wuhan, por ejemplo. A lo peor
tendría que tragarse sus palabras.
El virus nos ha sorprendido 60 años después de que nuestro país
decidiera apostar con decisión por el modelo de sol y playas, que nos ha
aportado muchos miles de millones de pesetas y de euros, pero que nos
convertía, a su vez, en los camareros de Europa y nos volvía extraordinariamente
dependientes de los flujos de viajeros extranjeros, y de millones de erráticas
decisiones individuales en las que las modas del momento, el cambio de moneda,
o los posibles conflictos (o epidemias) que se dieran, tanto en nuestro país como
en los países que competían o compiten con el nuestro venían a determinar
cuántos turistas decidían, cada año, darse una vueltecita por aquí y gastar sus
euros, sus dólares o sus libras en él.
Ese modelo, en tiempo de pandemia, hoy se nos revela como un
error estratégico. Y un virus como el COVID-19 se convierte no sólo en una
catástrofe sanitaria, sino también económica. ¿Alguno de los tertulianos que
tanto critican la gestión que se está llevando a cabo habla de esto?
No sólo apostamos por el modelo de sol y playas, también
redujimos la planificación de la economía a largo plazo a su mínima expresión,
confiando en las sacrosantas leyes del mercado, abrimos el país a las reglas de
la libre competencia dictadas desde Bruselas. Una extraña libre competencia
que, supuestamente, nos obligaba a privatizar una de las más potentes y
estratégicas empresas españolas del sector eléctrico, ENDESA, pero no impedía a
otra empresa pública del sector eléctrico italiano, ENEL, comprarla. O sea, que
la privatización de nuestra principal empresa eléctrica tuvo como consecuencia
que la dirección de la misma pasara de manos del gobierno español... ¡a las del italiano! ¿Es que la norma
europea que nos obliga a privatizar no se aplica en Italia? ¿Qué clase de
privatización es esa?
Nuestros gobernantes de los años 80 se dedicaron con entusiasmo a
“reconvertir”, es decir liquidar, sectores industriales obsoletos (léase
Siderurgia o Sector Naval) para que nos permitieran entrar en la Unión Europea,
hundiendo así sectores estratégicos que habían sido hasta los 70 los motores de
nuestra economía y acentuando de esta manera nuestra creciente dependencia del
modelo de sol y playas. Yo fui uno de las decenas de miles de “reconvertidos” en
el Sector Naval, y no guardo buen recuerdo de aquello.
Una vez admitidos en el club de los ricos nos convertimos en los
europeístas más fervientes, y dejamos que el libre mercado (tal y como lo
conciben en Bruselas) determinara la mayor parte de las decisiones económicas.
Practicamos con entusiasmo el desarme arancelario, dejamos caer a los sectores
“no competitivos”, aunque fueran estratégicos, y privatizamos todo lo
privatizable, como la banca pública estatal (Argentaria, que fue la fusión del
Banco Exterior de España, la Caja Postal y el Banco Hipotecario, cada uno de
los cuales había sido diseñado con un contenido específico, de carácter social
en el caso del Banco Hipotecario o para apoyar a las empresas españolas en el
exterior, que era la misión del Banco Exterior de España), las cajas de
ahorros, Renfe, Campsa, Endesa, Iberia, Telefónica, etc., etc.). Muchos de los
políticos que llevaron a cabo tales privatizaciones después se convirtieron en
consejeros de las empresas que ellos mismos habían privatizado.
Suma y sigue. Mientras todo esto ocurría, los impuestos a los
ricos y a las empresas no pararon de bajar (impuesto de sociedades, impuesto
sobre el lujo, sobre el patrimonio, sobre transmisiones patrimoniales, de
sucesiones) y los de los pobres y las clases medias de subir (IVA, tramos
intermedios del IRPF).
Las brutales consecuencias de la crisis económica de 2008
dispararon el gasto social, lo que elevó el nivel de endeudamiento de nuestro
país. Endeudamiento que se vio notablemente agravado por los rescates a las
entidades bancarias. Esto provocó importantes recortes presupuestarios según
nos ordenaron desde Bruselas. ¿Dónde se recortó? ¿En las partidas destinadas a
construir nuevos AVEs? No. ¿En las subvenciones a empresas? Tampoco. Nadie se
ha planteado exigir a la banca los miles de millones de euros que costó
reflotarla.
Los medios de comunicación del Sistema, cuando hablan de
austeridad, no ponen el foco en esas partidas. Lo ponen en el gasto social: sanidad, educación, pensiones, dependencia.
Son esos los sectores donde han tenido lugar esos recortes draconianos y en
otros de los que es de mal gusto hablar: Ciencia
y Medio Ambiente. La inversión pública en I+D ha caído desde los 6.675
millones en 2009 (la más alta de nuestra historia), hasta los 1.376 de 2017 (es
el último dato que tengo). En realidad estaban presupuestados 8.405 y 4.635
respectivamente, pero su grado de ejecución pasó del 79,42% al 29,69%[1]. Y
debemos recordar también que las partidas que Zapatero destinó a energías
renovables fueron brutalmente recortadas por Rajoy.
Centrándonos en el tema sanitario, el número de médicos y de
enfermeros, así como el de camas disponibles, incluyendo a las de UCI, se han
reducido de manera dramática en los últimos años, como las diferentes “mareas
blancas” no han dejado de señalar, desde hace bastante tiempo, por todo el
país. La foto con la que abro este artículo pertenece a la última gran
manifestación de la Marea Blanca de Sevilla, que tuvo lugar el 26 de enero de este año, hace apenas
tres meses, a la que yo también me sumé. Y no ha sido la última acción de los
sanitarios en esta ciudad, después ha habido una concentración en un antiguo
hospital, que fue desmantelado, pidiendo su reapertura. La siguiente foto es de
2018.
Manifestación de la Marea Blanca de Sevilla,
el 10 de junio de 2018
Y esta otra es de Granada, en 2016:
Manifestación de la Marea Blanca de Granada,
el 16 de octubre de 2016
Como verá, la lucha por una sanidad pública, universal y
gratuita, en España, es un clamor social, desde hace años, que esta pandemia no
ha venido sino a reforzar. En la pancarta se usa el verbo “recuperar”, que según
el diccionario de la lengua significa “Volver
a tomar o adquirir lo que antes se tenía”. Sí, recuperar lo que ya tenían y se les quitó. En la provincia de
Sevilla hay casi una decena de plataformas ciudadanas del movimiento “Médico 24 horas”, en las diferentes
zonas rurales, que lo que piden es un médico de guardia (uno solo), las 24
horas del día, para poder atender los casos más urgentes y no tener que
desplazarse a un hospital comarcal que está, en algunos casos, a más de 40
kilómetros.
Todas estas peticiones sociales van en contra de la “racionalidad
económica”, según los ideólogos del Sistema. Buscan ¡salvar vidas humanas!, no los balances de pérdidas y ganancias de
ninguna empresa privada.
Cuando la pandemia llegó nos cogió sin mascarillas y sin
respiradores suficientes para cubrir las necesidades mínimas para poder hacer
frente a la misma. Y, también, sin capacidad industrial para producirlas.
Dependemos de suministros que vienen del extranjero. Hay que salir a
comprarlos, en un mercado internacional en el que rige la ley de la oferta y de
la demanda. Y ya sabemos lo que pasa cuando la demanda sube y la oferta no es
capaz de cubrirla.
Todo el mundo debería tener mascarillas ya ¿verdad? Y el gobierno
dice que será obligatorio su uso cuando el suministro esté garantizado.
Mientras tanto tendrán prioridad los que están en primera línea y los
infectados. Obvio ¿no?
¿Cómo es posible que hayamos llegado a esto? Es evidente que por
imprevisión, pero no la de este gobierno que acaba de llegar y aún maneja los
presupuestos de Montoro, sino de todos los gobiernos que ha habido en España
desde los años 60 en general, y de la última generación en particular. Cuando
ponemos al parir al gobierno, si nos paramos a analizar el argumentario, lo que de verdad estamos cuestionando es el
Sistema.
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