viernes, 1 de mayo de 2020

La pandemia le cogió al que estaba


Manifestación de la Marea Blanca, en Sevilla, el 26 de enero de 2020

Probablemente sea un ingenuo, pero aún sigo creyendo que la democracia parlamentaria es el menos malo de los sistemas políticos que conocemos. No obstante, pienso que tiene bastantes fallos y podría enumerar buena parte de ellos, pero no lo haré. No pienso alimentar polémicas estériles que hoy no vienen a cuento. Tenemos problemas más urgentes que atender.
No he votado a Pedro Sánchez, y he de confesar que sólo he votado al PSOE una vez en toda mi vida, el 28 de octubre de 1982. Me arrepentí de haber emitido ese voto dos meses después, cuando vi el currículum de los ministros que Felipe González acababa de nombrar.
Pero soy español, y siempre he creído que el gobierno que mis compatriotas han elegido, si lo han hecho libremente, es mi gobierno. Aunque no lo haya votado. Mi pueblo se puede equivocar en su elección (y estoy convencido de que lo ha hecho muchas veces. Si no, hubiera votado de otra manera, obviamente), pero por eso no deja de ser mi pueblo. Y cuando mi pueblo es atacado entiendo que hay que defenderlo, con las armas que correspondan, en función de la naturaleza de ese ataque. Hoy estamos bajo asedio. Y nuestro enemigo se llama COVID-19.
Cuando ese enemigo atacó había un gobierno en España. Ese era el gobierno de España, el que se formó después de unas elecciones generales en las que participamos todos los que quisimos hacerlo (yo también) que, por cierto, habían tenido lugar tan solo cuatro meses antes. De hecho, cuando se decretó el Estado de Alarma, este gobierno llevaba apenas dos meses en funciones.
El enemigo no tiene color político. Hubiera atacado igual gobernara el partido que gobernara. No tiene ninguna predilección ideológica. Y tuvo que hacerle frente el gobierno que estaba en ese momento, que tenía la legitimidad que dan las urnas, que es el principio que entre todos hemos acordado. Era, por tanto, el gobierno legítimo, según dicta el ordenamiento jurídico de nuestro país.
Y ese gobierno, que sólo llevaba dos meses en funciones, tuvo que arar con los bueyes que tenía. Administraba el presupuesto de 2018, que había sido elaborado por otro gobierno, de otro signo político. Y estaba al frente de la infraestructura sanitaria y económica que había heredado. Estaba sometido a la multitud de presiones económicas a las que están sometidos la mayoría de los gobiernos de nuestro entorno, y tenía la autonomía relativa que tiene un país de la Unión Europea, de la zona euro además, que limita bastante la capacidad de maniobra de los estados que la componen, que no es mucha (no puede emitir deuda libremente, no puede acuñar moneda, compite fiscalmente con sus socios, etc., etc., es decir, no puede hacer nada de lo que hicieron los últimos gobiernos del franquismo y los primeros de la democracia para enfrentarse con la brutal crisis de 1973). Hace sólo tres meses que el Reino Unido abandonó esa unión para tener, precisamente, una mayor capacidad de decisión económica, una decisión que se ha visto facilitada por su no pertenencia previa a la zona euro.
Ningún gobierno de los que hay ahora en el mundo ha sido elegido para hacer frente a la pandemia. Ésta ha sido un desafío sobrevenido, que nadie había previsto y que ha sorprendido a todos. Nadie llevaba en su programa electoral algún plan para enfrentarse con ella. Este es uno de la multitud de imponderables a los que tiene que hacer frente un político que está al mando de alguna institución, sea ésta la que sea.
No sé si se ha percatado de que los cuatro países con mayor número de infectados están entre los cinco países más visitados del mundo (el que falta es China, el foco de la pandemia). ¿Casualidad? Son países con las fronteras bastante abiertas. Los tres europeos (España, Italia, Francia) pertenecen además al Espacio Schengen, es decir, que no tienen aduanas terrestres en la mayor parte de sus fronteras exteriores.
El virus no se mueve solo. Lo mueven las personas que lo portan, los portadores. Si tienes las fronteras abiertas, las tienes para las personas y para todo lo que éstas llevan consigo, virus incluidos (y también especies invasoras de animales, plantas, etc. un tema del que habrá que hablar otro día).
Estos días están proliferando un montón de debates estúpidos y de comparaciones descontextualizadas, ante la constatación obvia de que los gobiernos asiáticos han controlado la pandemia mejor que los europeos. Claro, como que su concepto de lo que nosotros llamamos “libertades individuales” es radicalmente diferente del nuestro, y eso tiene consecuencias evidentes.
En cualquier caso, un modelo de sociedad es algo que no se improvisa de un día para otro. El reverencial respeto del ciudadano chino por la autoridad es milenario, está profundamente enraizado en su civilización. No voy a juzgarlo. Cada comportamiento hay que verlo en su propio contexto para poderlo entender, es hijo de su propia historia (de eso hemos hablado mucho en este blog). Sólo constato que esa concepción del mundo no es la nuestra, que nosotros vivimos de otra manera. Me gustaría ver a más de un bocazas de esos que arreglan el mundo en la barra de un bar después de haberse tomado tres cervezas, expresándose con la misma libertad en Wuhan, por ejemplo. A lo peor tendría que tragarse sus palabras.
El virus nos ha sorprendido 60 años después de que nuestro país decidiera apostar con decisión por el modelo de sol y playas, que nos ha aportado muchos miles de millones de pesetas y de euros, pero que nos convertía, a su vez, en los camareros de Europa y nos volvía extraordinariamente dependientes de los flujos de viajeros extranjeros, y de millones de erráticas decisiones individuales en las que las modas del momento, el cambio de moneda, o los posibles conflictos (o epidemias) que se dieran, tanto en nuestro país como en los países que competían o compiten con el nuestro venían a determinar cuántos turistas decidían, cada año, darse una vueltecita por aquí y gastar sus euros, sus dólares o sus libras en él.
Ese modelo, en tiempo de pandemia, hoy se nos revela como un error estratégico. Y un virus como el COVID-19 se convierte no sólo en una catástrofe sanitaria, sino también económica. ¿Alguno de los tertulianos que tanto critican la gestión que se está llevando a cabo habla de esto?
No sólo apostamos por el modelo de sol y playas, también redujimos la planificación de la economía a largo plazo a su mínima expresión, confiando en las sacrosantas leyes del mercado, abrimos el país a las reglas de la libre competencia dictadas desde Bruselas. Una extraña libre competencia que, supuestamente, nos obligaba a privatizar una de las más potentes y estratégicas empresas españolas del sector eléctrico, ENDESA, pero no impedía a otra empresa pública del sector eléctrico italiano, ENEL, comprarla. O sea, que la privatización de nuestra principal empresa eléctrica tuvo como consecuencia que la dirección de la misma pasara de manos del gobierno español... ¡a las del italiano! ¿Es que la norma europea que nos obliga a privatizar no se aplica en Italia? ¿Qué clase de privatización es esa?
Nuestros gobernantes de los años 80 se dedicaron con entusiasmo a “reconvertir”, es decir liquidar, sectores industriales obsoletos (léase Siderurgia o Sector Naval) para que nos permitieran entrar en la Unión Europea, hundiendo así sectores estratégicos que habían sido hasta los 70 los motores de nuestra economía y acentuando de esta manera nuestra creciente dependencia del modelo de sol y playas. Yo fui uno de las decenas de miles de “reconvertidos” en el Sector Naval, y no guardo buen recuerdo de aquello.
Una vez admitidos en el club de los ricos nos convertimos en los europeístas más fervientes, y dejamos que el libre mercado (tal y como lo conciben en Bruselas) determinara la mayor parte de las decisiones económicas. Practicamos con entusiasmo el desarme arancelario, dejamos caer a los sectores “no competitivos”, aunque fueran estratégicos, y privatizamos todo lo privatizable, como la banca pública estatal (Argentaria, que fue la fusión del Banco Exterior de España, la Caja Postal y el Banco Hipotecario, cada uno de los cuales había sido diseñado con un contenido específico, de carácter social en el caso del Banco Hipotecario o para apoyar a las empresas españolas en el exterior, que era la misión del Banco Exterior de España), las cajas de ahorros, Renfe, Campsa, Endesa, Iberia, Telefónica, etc., etc.). Muchos de los políticos que llevaron a cabo tales privatizaciones después se convirtieron en consejeros de las empresas que ellos mismos habían privatizado.
Suma y sigue. Mientras todo esto ocurría, los impuestos a los ricos y a las empresas no pararon de bajar (impuesto de sociedades, impuesto sobre el lujo, sobre el patrimonio, sobre transmisiones patrimoniales, de sucesiones) y los de los pobres y las clases medias de subir (IVA, tramos intermedios del IRPF).
Las brutales consecuencias de la crisis económica de 2008 dispararon el gasto social, lo que elevó el nivel de endeudamiento de nuestro país. Endeudamiento que se vio notablemente agravado por los rescates a las entidades bancarias. Esto provocó importantes recortes presupuestarios según nos ordenaron desde Bruselas. ¿Dónde se recortó? ¿En las partidas destinadas a construir nuevos AVEs? No. ¿En las subvenciones a empresas? Tampoco. Nadie se ha planteado exigir a la banca los miles de millones de euros que costó reflotarla.
Los medios de comunicación del Sistema, cuando hablan de austeridad, no ponen el foco en esas partidas. Lo ponen en el gasto social: sanidad, educación, pensiones, dependencia. Son esos los sectores donde han tenido lugar esos recortes draconianos y en otros de los que es de mal gusto hablar: Ciencia y Medio Ambiente. La inversión pública en I+D ha caído desde los 6.675 millones en 2009 (la más alta de nuestra historia), hasta los 1.376 de 2017 (es el último dato que tengo). En realidad estaban presupuestados 8.405 y 4.635 respectivamente, pero su grado de ejecución pasó del 79,42% al 29,69%[1]. Y debemos recordar también que las partidas que Zapatero destinó a energías renovables fueron brutalmente recortadas por Rajoy. 

Centrándonos en el tema sanitario, el número de médicos y de enfermeros, así como el de camas disponibles, incluyendo a las de UCI, se han reducido de manera dramática en los últimos años, como las diferentes “mareas blancas” no han dejado de señalar, desde hace bastante tiempo, por todo el país. La foto con la que abro este artículo pertenece a la última gran manifestación de la Marea Blanca de Sevilla, que tuvo lugar el 26 de enero de este año, hace apenas tres meses, a la que yo también me sumé. Y no ha sido la última acción de los sanitarios en esta ciudad, después ha habido una concentración en un antiguo hospital, que fue desmantelado, pidiendo su reapertura. La siguiente foto es de 2018.
Manifestación de la Marea Blanca de Sevilla, el 10 de junio de 2018
Y esta otra es de Granada, en 2016:
Manifestación de la Marea Blanca de Granada, el 16 de octubre de 2016
Como verá, la lucha por una sanidad pública, universal y gratuita, en España, es un clamor social, desde hace años, que esta pandemia no ha venido sino a reforzar. En la pancarta se usa el verbo “recuperar”, que según el diccionario de la lengua significa “Volver a tomar o adquirir lo que antes se tenía”. Sí, recuperar lo que ya tenían y se les quitó. En la provincia de Sevilla hay casi una decena de plataformas ciudadanas del movimiento “Médico 24 horas”, en las diferentes zonas rurales, que lo que piden es un médico de guardia (uno solo), las 24 horas del día, para poder atender los casos más urgentes y no tener que desplazarse a un hospital comarcal que está, en algunos casos, a más de 40 kilómetros.

Todas estas peticiones sociales van en contra de la “racionalidad económica”, según los ideólogos del Sistema. Buscan ¡salvar vidas humanas!, no los balances de pérdidas y ganancias de ninguna empresa privada.
Cuando la pandemia llegó nos cogió sin mascarillas y sin respiradores suficientes para cubrir las necesidades mínimas para poder hacer frente a la misma. Y, también, sin capacidad industrial para producirlas. Dependemos de suministros que vienen del extranjero. Hay que salir a comprarlos, en un mercado internacional en el que rige la ley de la oferta y de la demanda. Y ya sabemos lo que pasa cuando la demanda sube y la oferta no es capaz de cubrirla.
Todo el mundo debería tener mascarillas ya ¿verdad? Y el gobierno dice que será obligatorio su uso cuando el suministro esté garantizado. Mientras tanto tendrán prioridad los que están en primera línea y los infectados. Obvio ¿no?
¿Cómo es posible que hayamos llegado a esto? Es evidente que por imprevisión, pero no la de este gobierno que acaba de llegar y aún maneja los presupuestos de Montoro, sino de todos los gobiernos que ha habido en España desde los años 60 en general, y de la última generación en particular. Cuando ponemos al parir al gobierno, si nos paramos a analizar el argumentario, lo que de verdad estamos cuestionando es el Sistema.

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