martes, 15 de octubre de 2024

La ficción de los pasados alternativos

 

Hay multitud de futuros potenciales posibles. Pero pasado solo hay uno, y no lo podemos elegir. Mejor o peor, es el que es.


Somos lo que somos porque venimos de dónde venimos

Esta doble tautología concatenada es un resumen de nuestro presente… de lo que somos. Somos, obviamente, una consecuencia de nuestro propio pasado.

Nos enfrentamos hoy a una multitud de propuestas revisionistas que pretenden hacernos creer que es posible cambiar la Historia o, al menos, sus consecuencias, y que cualquiera puede ponerse a juzgar a los personajes del pasado con la intención manifiesta de cambiar la narrativa de los hechos históricos… de sustituir la descripción de lo que pasó por un cuento construido a partir de las premisas propias de la literatura o del cine. Hay algunos individuos, muy activos en las redes sociales, que están sustituyendo la historia real por una especie de superproducción de Hollywood, llena de buenos y de malos, y no paran de hablarnos continuamente de “leyendas”… negras o rosas, denigratorias o apologéticas, apocalípticas o integradas, cuyo denominador común es que pretenden alejarnos de la verdadera secuencia de los hechos históricos y que buscan demonizar a colectivos actuales usando como pretexto esas leyendas construidas en el presente o en el pasado reciente para adaptar éste a necesidades políticas actuales, muchas de ellas puramente tácticas.

La cantidad de adjetivos que tales individuos introducen en sus narraciones delatan claramente sus intenciones. Los calificativos morales que destinan a personas que murieron hace tiempo y que, en consecuencia, no pueden levantarse de sus tumbas para defenderse o, al menos, para explicar las razones que les llevaron a hacer lo que hicieron es, cuando menos, patético.

Estamos siendo bombardeados desde todo tipo de medios, tanto los tradicionales como los del ciberespacio, con propuestas que sólo buscan hacernos olvidar lo que realmente pasó. Y la consecuencia última de todo esto es que nuestra mente se niega a ubicarse en el mundo real. Así de simple.

 

Nuestros genes nos traicionan

Se ha puesto de moda hacerse análisis genéticos, por unos cientos de euros o de dólares, a través de los cuales unas cuantas empresas capitalistas están ganando mucho dinero diciéndole, a todo aquel que esté dispuesto a pagar para averiguarlo, de qué parte del mundo proceden los diversos componentes que forman parte de su código genético. Y algunos se están llevando verdaderas sorpresas, obteniendo resultados muy diferentes de lo que esperaban. Era previsible. Hay multitud de sucesos o de acontecimientos del pasado que sus protagonistas prefirieron, en su momento, ocultar o, al menos, mantener en la más estricta intimidad, pero que algunos de sus descendientes están descubriendo ahora, encontrando conexiones inesperadas. Estos resultados muchas veces nos dicen que portamos rasgos genéticos tanto de los opresores como de los oprimidos, de los conquistadores y de los conquistados, de personas que vivieron muy cerca de donde nosotros vivimos ahora y de otras que vinieron de la otra punta de La Tierra.

¿Qué esperaban encontrar? Todos somos, de una o de otra manera, mestizos. Los genetistas nos están contando que los Homo Sapiens más puros de todo el planeta son las poblaciones negras del África Subsahariana. Precisamente las que siguen viviendo en el hogar ancestral de nuestra especie. Es lógico que los que no se han movido de su lugar de procedencia sean los que han conservado mayores rasgos genéticos de sus antepasados ¿verdad?

Resulta que los blancos de origen europeo llevan en su código genético, por término medio, entre un 2 y un 3 % de genes neandertales, es decir, del grupo de homínidos que habitaba en Europa antes de la llegada del Homo Sapiens. ¿Quién iba a decirnos que los seres más racistas de La Tierra son también los más contaminados por la genética neandertal? Doscientos años burlándonos de unos primitivos que, al final, resultaron ser nuestros antepasados remotos.

Y entre las poblaciones asiáticas se detecta también el resto de otra especie anterior: los denisovanos, que vivieron en la actual Siberia hace 50.000 años.

Somos mestizos y, precisamente por eso, somos más fuertes. Nos hemos enriquecido, durante cientos de miles de años, con las aportaciones de multitud de seres humanos de nuestra especie o de otras emparentadas con la nuestra, y ese proceso ha facilitado nuestra integración en el medio en todos los ecosistemas del planeta que nuestra especie ha colonizado y nos ha dotado de una variabilidad genética que nos permite enfrentarnos con solvencia a cualquier hábitat natural que podamos encontrar sobre la superficie sólida de nuestro mundo.

Esto es lo que somos. Estoy seguro que, por el camino, han sucedido multitud de cosas horribles. Nuestros antepasados remotos, puestos en la tesitura de competir con sus vecinos por unos recursos muy limitados, sobreviviendo a duras penas de manera precaria, recurrieron con frecuencia a la violencia e, incluso, a la esclavitud, para imponerse sobre sus rivales. Hay grupos humanos que, no hace tanto, eran caníbales. Los conquistadores españoles en América nos cuentan que los indios caribes, los propios aztecas y otras tribus diversas lo eran. En el mismo siglo XX, en Brasil, los jíbaros aún mantenían esas prácticas. ¿Llamaremos genocidas a los caribes, los jíbaros o los aztecas? ¿Y qué haremos si mañana un genetista nos dice que tenemos genes específicos de algunas de esas tribus que se comían a su prójimo sin la más mínima reserva moral? Como dije al principio, el pasado es el que es y no lo podemos cambiar.

 

¿Qué buscan las narrativas revisionistas?

La misión de los historiadores es, sencillamente, contarnos lo que pasó; sin adornos y sin valoraciones morales. Contarnos la verdad. Las narrativas revisionistas no son Historia, sólo buscan atizar las polémicas y las discusiones políticas del presente. Muchos de los que llaman “genocidas” a los conquistadores españoles en América, cuando se hagan una prueba de ADN descubrirán que buena parte de su genoma procede de esos supuestos “genocidas” a los que no paran de denigrar. ¿Y qué harán entonces? ¿Negarse a aceptar esa parte de su herencia genética? ¿Se arrancarán un riñón o el hígado para que su fisiología se alinee mejor con su narrativa? ¿Irán al psicoanalista para intentar, de alguna manera, liberarse del sentido de culpa que les invadirá cuando se enteren?

 

Los pasados alternativos

Ya que hemos entrado en el mundo de la ficción, profundicemos en ella e imaginemos que fuéramos capaces de viajar en el tiempo, hacia el pasado, para corregir los sucesos históricos que nunca debían haber ocurrido. Matamos a Colón en su cuna para que no descubra América, los españoles no sometan a los aztecas ni a los incas y no se puedan extender por el continente para, de esta manera, evitar el encontronazo entre los pueblos del Viejo y del Nuevo Mundo.

Si matamos a Colón en su cuna es obvio que él no podría haber descubierto América en 1492. Pero eso no garantizaría, en absoluto, que el “descubrimiento” no hubiera tenido lugar. Sencillamente, hubiera ocurrido de otra manera, con otros protagonistas diferentes… nada más. Es bastante ingenuo pensar que una vez descubiertos por los pueblos occidentales la brújula, el astrolabio y la dinámica de los vientos atlánticos, los europeos y, sobre todo, su vanguardia (es decir, los pueblos ibéricos) que estaban desde principios del siglo XV conquistando o colonizando todos los archipiélagos de la dorsal atlántica, no iban a seguir explorando los espacios geográficos que había más allá y encontrado lo que allí había. Y una vez descubierta América, de la manera que fuera ¿Qué les habría impedido a unos pueblos que vivían en el Renacimiento someter a otros que estaban en el Calcolítico?

Colón, sin Cortés, sin Pizarro, sin Magallanes, Sin Juan Sebastián Elcano… no sería el personaje del que hoy hablamos, sino un oscuro individuo perdido en libros de historia escritos por y para especialistas… una especie de Leif Erikson que podría alimentar sesudos debates historiográficos entre expertos, pero absolutamente ignorado por el gran público y por la clase política, por la sencilla razón de que sus actos no habrían tenido demasiadas consecuencias históricas.

A Colón lo hicieron grande los que llegaron tras él, los que desembarcaron en masa en el Nuevo Mundo una vez que se abrió ese camino. El viaje que de verdad cambió la historia de la humanidad no fue el primero que llevó a cabo (el de 1492) sino el segundo (el de 1493). El de 1492 hizo algo parecido a lo que hicieron los vikingos de Leif Erikson. El de 1493 fue el que marcó la diferencia. Recordemos que en abril de ese año los Reyes Católicos recibieron al descubridor en Barcelona y escucharon de su boca la narración del viaje que acababa de tener lugar. Y en septiembre (cinco meses más tarde) se hacían a la mar 17 naves (nada menos) con 2.000 hombres, caballos, animales de granja y de tiro, semillas, soldados, agricultores, ganaderos, herreros, albañiles, arquitectos… ¡El embrión de una nueva sociedad!, lo que delataba una verdadera voluntad de trasplantar hacia el Nuevo Mundo la sociedad que había en el Viejo. Eso no tiene nada que ver con lo que habían hecho los vikingos, los chinos, los malienses… Era algo completamente distinto y, precisamente por eso, cambió, para siempre, la Historia de la Humanidad.

Eliminar a un individuo no cambia las grandes tendencias históricas. Los europeos del siglo XV y -sobre todo- su vanguardia, vivían en una coyuntura histórica expansiva desde todos los puntos de vista (demográfico, militar, político, tecnológico, científico…). Eran algo así como un torrente de agua buscando una salida. No se paran las grandes tendencias de la historia apartando a unos pocos individuos del proceso.

Pero, sigamos profundizando la lógica interna de las narrativas ficticias acerca del pasado y supongamos, por un momento, que la hipotética muerte prematura de Cristóbal Colón hubiera impedido a los europeos alcanzar el continente americano o, al menos, retrasar varias generaciones su llegada. ¿Qué habría pasado entonces? Pues, sencillamente, que viviríamos en un mundo alternativo. Los miles de españoles, de europeos y de africanos que se trasladaron al continente americano, de grado o por la fuerza, se habrían quedado en sus lugares de origen, lo que habría frustrado millones de matrimonios pero permitido otros como contrapartida; las influencias culturales se habrían desplegado de otra manera, los idiomas que hoy se hablan en amplias extensiones geográficas de nuestro planeta serían diferentes, los valores morales y las diversas tradiciones también y, sobre todo, la composición genética de la inmensa mayoría de los habitantes de Europa, África y América sería distinta, aunque la genética de las poblaciones mantuviera parecidas proporciones de muchos de los rasgos actuales.

Ese mundo alternativo no sabemos si sería mejor o peor que el nuestro, pero sí muy diferente. Aunque hay algo seguro: que no sería el nuestro, que no formaríamos parte de él por la sencilla razón de que el reparto de los genes concretos de cada individuo sería diferente. Habría sido el fruto de un “sorteo” distinto de sus elementos constitutivos.

Si hay algo aleatorio en los procesos históricos son las vidas de los individuos concretos. Aunque las grandes tendencias empujen a los pueblos expansivos, por las razones que sean (tecnológicas, demográficas o políticas) a imponerse sobre los que viven coyunturas regresivas, las circunstancias individuales que te llevaron a conocer a la persona con la que decidiste compartir tu vida, los hijos que tuviste con ella, las oportunidades laborales que se te presentaron a lo largo de tu vida o de la de los que viven contigo sí que son fruto de una carambola cósmica irrepetible que te singulariza y te hacen único, exclusivo. El más pequeño cambio que se produzca en el medio, aunque no afecte a las grandes corrientes históricas, sí que se llevará por delante miles de proyectos de vida únicos e irrepetibles. Es el famoso efecto mariposa.

Es poco probable que una muerte prematura de Colón hubiera impedido la llegada masiva de los españoles a América, pero una cosa es segura: si tal cosa hubiera tenido lugar tú no estarías aquí y no podrías permitirte el lujo de juzgar moralmente a los que hicieron posible esa carambola cósmica que te que ha permitido vivir y, como una de sus muchas consecuencias, leer este artículo.