Hay multitud de futuros potenciales
posibles. Pero pasado solo hay uno, y no lo podemos elegir. Mejor o peor, es el
que es.
Somos lo que somos
porque venimos de dónde venimos
Esta
doble tautología concatenada es un
resumen de nuestro presente… de lo
que somos. Somos, obviamente, una consecuencia de nuestro propio pasado.
Nos
enfrentamos hoy a una multitud de propuestas revisionistas que pretenden
hacernos creer que es posible cambiar la Historia o, al menos, sus
consecuencias, y que cualquiera puede ponerse a juzgar a los personajes del
pasado con la intención manifiesta de cambiar la narrativa de los hechos
históricos… de sustituir la descripción de lo que pasó por un cuento construido
a partir de las premisas propias de la literatura o del cine. Hay algunos
individuos, muy activos en las redes sociales, que están sustituyendo la
historia real por una especie de superproducción de Hollywood, llena de buenos
y de malos, y no paran de hablarnos continuamente de “leyendas”… negras o rosas, denigratorias o apologéticas,
apocalípticas o integradas, cuyo denominador común es que pretenden alejarnos
de la verdadera secuencia de los hechos históricos y que buscan demonizar a
colectivos actuales usando como pretexto esas leyendas construidas en el
presente o en el pasado reciente para adaptar éste a necesidades políticas
actuales, muchas de ellas puramente tácticas.
La
cantidad de adjetivos que tales individuos introducen en sus narraciones
delatan claramente sus intenciones. Los calificativos morales que destinan a personas
que murieron hace tiempo y que, en consecuencia, no pueden levantarse de sus
tumbas para defenderse o, al menos, para explicar las razones que les llevaron a
hacer lo que hicieron es, cuando menos, patético.
Estamos
siendo bombardeados desde todo tipo de medios, tanto los tradicionales como los
del ciberespacio, con propuestas que sólo buscan hacernos olvidar lo que
realmente pasó. Y la consecuencia última de todo esto es que nuestra mente se niega a ubicarse en el
mundo real. Así de simple.
Nuestros genes nos traicionan
Se
ha puesto de moda hacerse análisis genéticos, por unos cientos de euros o de
dólares, a través de los cuales unas cuantas empresas capitalistas están
ganando mucho dinero diciéndole, a todo aquel que esté dispuesto a pagar para
averiguarlo, de qué parte del mundo proceden los diversos componentes que
forman parte de su código genético. Y algunos se están llevando verdaderas
sorpresas, obteniendo resultados muy diferentes de lo que esperaban. Era
previsible. Hay multitud de sucesos o de acontecimientos del pasado que sus
protagonistas prefirieron, en su momento, ocultar o, al menos, mantener en la
más estricta intimidad, pero que algunos de sus descendientes están
descubriendo ahora, encontrando conexiones inesperadas. Estos resultados muchas
veces nos dicen que portamos rasgos genéticos tanto de los opresores como de
los oprimidos, de los conquistadores y de los conquistados, de personas que
vivieron muy cerca de donde nosotros vivimos ahora y de otras que vinieron de
la otra punta de La Tierra.
¿Qué
esperaban encontrar? Todos somos, de
una o de otra manera, mestizos. Los
genetistas nos están contando que los Homo
Sapiens más puros de todo el planeta son las poblaciones negras del África
Subsahariana. Precisamente las que siguen viviendo en el hogar ancestral de
nuestra especie. Es lógico que los que no se han movido de su lugar de
procedencia sean los que han conservado mayores rasgos genéticos de sus
antepasados ¿verdad?
Resulta
que los blancos de origen europeo llevan en su código genético, por término
medio, entre un 2 y un 3 % de genes neandertales,
es decir, del grupo de homínidos que habitaba en Europa antes de la llegada del
Homo Sapiens. ¿Quién iba a decirnos
que los seres más racistas de La Tierra son también los más contaminados por la
genética neandertal? Doscientos años burlándonos de unos primitivos que, al
final, resultaron ser nuestros antepasados remotos.
Y
entre las poblaciones asiáticas se detecta también el resto de otra especie
anterior: los denisovanos, que vivieron
en la actual Siberia hace 50.000 años.
Somos mestizos y,
precisamente por eso, somos más fuertes. Nos hemos enriquecido,
durante cientos de miles de años, con las aportaciones de multitud de seres
humanos de nuestra especie o de otras emparentadas con la nuestra, y ese
proceso ha facilitado nuestra integración en el medio en todos los ecosistemas
del planeta que nuestra especie ha colonizado y nos ha dotado de una
variabilidad genética que nos permite enfrentarnos con solvencia a cualquier
hábitat natural que podamos encontrar sobre la superficie sólida de nuestro
mundo.
Esto
es lo que somos. Estoy seguro que, por el camino, han sucedido multitud de
cosas horribles. Nuestros antepasados remotos, puestos en la tesitura de
competir con sus vecinos por unos recursos muy limitados, sobreviviendo a duras
penas de manera precaria, recurrieron con frecuencia a la violencia e, incluso,
a la esclavitud, para imponerse sobre sus rivales. Hay grupos humanos que, no
hace tanto, eran caníbales. Los conquistadores españoles en América nos cuentan
que los indios caribes, los propios aztecas y otras tribus diversas lo eran. En
el mismo siglo XX, en Brasil, los jíbaros aún mantenían esas prácticas.
¿Llamaremos genocidas a los caribes, los jíbaros o los aztecas? ¿Y qué haremos
si mañana un genetista nos dice que tenemos genes específicos de algunas de esas
tribus que se comían a su prójimo sin la más mínima reserva moral? Como dije al
principio, el pasado es el que es y no lo
podemos cambiar.
¿Qué buscan las narrativas
revisionistas?
La misión de los
historiadores es, sencillamente, contarnos lo que pasó;
sin adornos y sin valoraciones morales. Contarnos la verdad. Las narrativas revisionistas no son Historia,
sólo buscan atizar las polémicas y las discusiones políticas del presente.
Muchos de los que llaman “genocidas” a los conquistadores españoles en América,
cuando se hagan una prueba de ADN descubrirán que buena parte de su genoma
procede de esos supuestos “genocidas” a los que no paran de denigrar. ¿Y qué
harán entonces? ¿Negarse a aceptar esa parte de su herencia genética? ¿Se
arrancarán un riñón o el hígado para que su fisiología se alinee mejor con su
narrativa? ¿Irán al psicoanalista para intentar, de alguna manera, liberarse
del sentido de culpa que les invadirá cuando se enteren?
Los pasados alternativos
Ya
que hemos entrado en el mundo de la ficción, profundicemos en ella e imaginemos
que fuéramos capaces de viajar en el tiempo, hacia el pasado, para corregir los
sucesos históricos que nunca debían haber ocurrido. Matamos a Colón en su cuna
para que no descubra América, los españoles no sometan a los aztecas ni a los
incas y no se puedan extender por el continente para, de esta manera, evitar el
encontronazo entre los pueblos del Viejo y del Nuevo Mundo.
Si
matamos a Colón en su cuna es obvio que él no podría haber descubierto América en
1492. Pero eso no garantizaría, en absoluto, que el “descubrimiento” no hubiera tenido lugar. Sencillamente, hubiera
ocurrido de otra manera, con otros protagonistas diferentes… nada más. Es
bastante ingenuo pensar que una vez descubiertos por los pueblos occidentales
la brújula, el astrolabio y la dinámica de los vientos atlánticos, los europeos
y, sobre todo, su vanguardia (es decir, los pueblos ibéricos) que estaban desde
principios del siglo XV conquistando o colonizando todos los archipiélagos de
la dorsal atlántica, no iban a seguir explorando los espacios geográficos que
había más allá y encontrado lo que allí había. Y una vez descubierta América,
de la manera que fuera ¿Qué les habría impedido a unos pueblos que vivían en el
Renacimiento someter a otros que estaban en el Calcolítico?
Colón,
sin Cortés, sin Pizarro, sin Magallanes, Sin Juan Sebastián Elcano… no sería el
personaje del que hoy hablamos, sino un oscuro individuo perdido en libros de
historia escritos por y para especialistas… una especie de Leif Erikson que podría alimentar sesudos debates historiográficos
entre expertos, pero absolutamente ignorado por el gran público y por la clase
política, por la sencilla razón de que sus actos no habrían tenido demasiadas
consecuencias históricas.
A Colón lo hicieron
grande los que llegaron tras él, los que desembarcaron
en masa en el Nuevo Mundo una vez que se abrió ese camino. El viaje que de
verdad cambió la historia de la humanidad no fue el primero que llevó a cabo (el
de 1492) sino el segundo (el de 1493). El de 1492 hizo algo parecido a lo que
hicieron los vikingos de Leif Erikson.
El de 1493 fue el que marcó la diferencia.
Recordemos que en abril de ese año los Reyes Católicos recibieron al
descubridor en Barcelona y escucharon de su boca la narración del viaje que
acababa de tener lugar. Y en septiembre (cinco meses más tarde) se hacían a la mar
17 naves (nada menos) con 2.000 hombres, caballos, animales de granja y de
tiro, semillas, soldados, agricultores, ganaderos, herreros, albañiles,
arquitectos… ¡El embrión de una nueva
sociedad!, lo que delataba una verdadera voluntad de trasplantar hacia el Nuevo
Mundo la sociedad que había en el Viejo. Eso no tiene nada que ver con lo que
habían hecho los vikingos, los chinos, los malienses… Era algo completamente
distinto y, precisamente por eso, cambió, para siempre, la Historia de la Humanidad.
Eliminar
a un individuo no cambia las grandes tendencias históricas. Los europeos del
siglo XV y -sobre todo- su vanguardia, vivían en una coyuntura histórica expansiva
desde todos los puntos de vista (demográfico, militar, político, tecnológico,
científico…). Eran algo así como un torrente de agua buscando una salida. No se
paran las grandes tendencias de la historia apartando a unos pocos individuos
del proceso.
Pero,
sigamos profundizando la lógica interna de las narrativas ficticias acerca del
pasado y supongamos, por un momento, que la hipotética muerte prematura de
Cristóbal Colón hubiera impedido a los europeos alcanzar el continente americano
o, al menos, retrasar varias generaciones su llegada. ¿Qué habría pasado
entonces? Pues, sencillamente, que viviríamos en un mundo alternativo. Los
miles de españoles, de europeos y de africanos que se trasladaron al continente
americano, de grado o por la fuerza, se habrían quedado en sus lugares de
origen, lo que habría frustrado millones de matrimonios pero permitido otros
como contrapartida; las influencias culturales se habrían desplegado de otra
manera, los idiomas que hoy se hablan en amplias extensiones geográficas de
nuestro planeta serían diferentes, los valores morales y las diversas
tradiciones también y, sobre todo, la composición genética de la inmensa
mayoría de los habitantes de Europa, África y América sería distinta, aunque la
genética de las poblaciones mantuviera parecidas proporciones de muchos de los rasgos
actuales.
Ese
mundo alternativo no sabemos si sería mejor o peor que el nuestro, pero sí muy
diferente. Aunque hay algo seguro: que no
sería el nuestro, que no formaríamos parte de él por la sencilla razón de que
el reparto de los genes concretos de cada individuo sería diferente. Habría
sido el fruto de un “sorteo” distinto
de sus elementos constitutivos.
Si
hay algo aleatorio en los procesos históricos son las vidas de los individuos
concretos. Aunque las grandes tendencias empujen a los pueblos expansivos, por
las razones que sean (tecnológicas, demográficas o políticas) a imponerse sobre
los que viven coyunturas regresivas, las circunstancias individuales que te
llevaron a conocer a la persona con la que decidiste compartir tu vida, los
hijos que tuviste con ella, las oportunidades laborales que se te presentaron a
lo largo de tu vida o de la de los que viven contigo sí que son fruto de una carambola cósmica irrepetible que te
singulariza y te hacen único, exclusivo. El más pequeño cambio que se produzca
en el medio, aunque no afecte a las grandes corrientes históricas, sí que se
llevará por delante miles de proyectos de vida únicos e irrepetibles. Es el
famoso efecto mariposa.
Es
poco probable que una muerte prematura de Colón hubiera impedido la llegada
masiva de los españoles a América, pero una cosa es segura: si tal cosa hubiera tenido lugar tú no estarías aquí y no podrías
permitirte el lujo de juzgar moralmente a los que hicieron posible esa
carambola cósmica que te que ha permitido vivir y, como una de sus muchas
consecuencias, leer este artículo.