sábado, 31 de mayo de 2014

La religión pactada

Estatua de Constantino el Grande, de Philip Jackson. Exteriores de la Catedral de York (Fuente: Wikipedia)

Desde hace más de dos años venimos desarrollando una serie de artículos que, con la etiqueta “Dinámica Histórica”, pretenden explicar una visión de la historia de la Civilización Hispánica y de los demás países que han estado -desde hace un milenio- en contacto e interacción con ella, que intenta mostrar cómo ésta ha ejercido un papel decisivo en la Historia de la Humanidad, tanto como el que -en su día- desempeñaron Grecia y Roma.

El plan de trabajo seguido lo pueden ver si hacen doble click en la parte superior derecha de esta página, sobre el enlace “Dinámica Histórica”, que se encuentra bajo el enunciado “Plan General”. Como verán ahí, después de unos artículos introductorios englobados en la sección “Primeras hipótesis de trabajo” pasamos a centrarnos en los orígenes de lo hispánico en “La España medieval”, fuimos entrando en el nudo de la argumentación en “El mundo moderno” y abordamos después el comienzo del desenlace en “El mundo contemporáneo”.

Hoy quisiera volver atrás para tomar un poco de perspectiva y hacer una recapitulación general. Son, a día de hoy, 70 artículos diferentes que han abordado una multitud de aspectos de este proceso y nos pueden hacer perder la visión global.

La Civilización Occidental, que bebe en las fuentes del Occidente cristiano medieval es, indudablemente, deudora intelectual del Mundo Clásico. Si no hubieran existido Grecia y Roma nada de cuanto nos resulta hoy familiar existiría y en este momento viviríamos en un mundo radicalmente diferente al nuestro.

Roma es la roca sobre la que este mundo se edificó. A finales del Imperio los cristianos irrumpen de manera masiva en escena a partir del año 313 de nuestra era, fecha en la que el emperador Constantino el Grande emitió el Edicto de Milán, a través del cual proclamó la libertad religiosa por todo el Imperio. El efecto práctico buscado por esta medida era legalizar la fe cristiana, perseguida hasta ese momento.

El cristianismo era un movimiento social que se expresaba en términos religiosos (como todos los surgidos antes de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Véanse “La crisis de la conciencia europea”[1] y “La sublimación del monoteísmo”[2]) y que transformó la ética que rige las relaciones entre los hombres. Desde el punto de vista histórico representa un salto cualitativo que recoge buena parte de los cambios sociales que se habían venido acumulando a lo largo de los siglos anteriores a él y los integra en un nuevo sistema de valores. Es una nueva religión que responde a las necesidades de una sociedad que ha ido ganando complejidad con el transcurso del tiempo, pero que no había sido capaz de encontrar hasta entonces un discurso que supiera responder adecuadamente a esos cambios.

Cristo es un personaje que surge en un momento y en un lugar de la Historia de la humanidad únicos. En una coyuntura en la que se están incubando una serie de cambios profundos que transmutarán la ética del hombre antiguo y que abrirá, de par en par, las puertas de un nuevo tiempo.

Aunque su corta vida transcurre en una remota provincia del Imperio, no es esta una región cualquiera. Palestina es el punto de encuentro entre el Creciente Fértil y la vieja civilización egipcia. Entre el Mediterráneo, el Mar Rojo y el desierto. Y esta historia tiene lugar en el momento de transición en el que el Imperio Suroccidental Asiático (babilonios, asirios, hititas, persas, Alejandro Magno...) cede el mando al Imperio Mediterráneo (los romanos), tal y como explicamos en nuestro artículo “Las otras transversalidades”[3]. Un período de cambio histórico profundo.

En ese lugar, por otra parte, se aplican las reglas de las áreas fronterizas, que venimos desarrollando desde el principio de nuestra serie de artículos, cuyo foco principal de atención se ha puesto en la Península Ibérica, otra zona geográfica similar. Como recordarán, dijimos que en éstas (en términos ecológicos) se acumulan “mutaciones” sociales y los procesos históricos se aceleran.

Además, se encuentra situada en el área de solape entre los dos imperios que encarnan ambas fases históricas y, por tanto, participó de manera activa en el desarrollo de las dos, superponiendo la más moderna sobre el sustrato de la más antigua.

En su día dijimos que el judaísmo (en cuyo seno vivió el fundador de la religión cristiana) es un falso monoteísmo (véase “Reflexiones sobre el monoteísmo”[4]) y, también, que “los factores más poderosos que ayudan a cimentar el discurso monoteísta son las estructuras imperiales y los paisajes monocromáticos”[5]. La región de Israel/Palestina es vecina de Egipto, un país que conoció la estructura política imperial durante más de tres mil años seguidos, una parte de los cuales son contemporáneos a toda la historia del pueblo de Israel, desde su salida de... Egipto -precisamente-.

Sabemos que en Egipto es donde tuvieron lugar los primeros balbuceos del monoteísmo, en tiempos de Amenofis IV (1353-1336 a. C. ), que terminó haciéndose llamar Akenatón” («útil a Atón» o «agradable a Atón», el dios solar único y omnipotente). Después sus seguidores serán perseguidos, y algunos huirán hacia el este para salvar sus vidas. La cronología de estos acontecimientos no anda muy lejos de la que se atribuye al hipotético Éxodo del pueblo de Israel (entre el siglo XV y el XII A. C.), por eso:

Una hipótesis más reciente y controvertida afirma que Moisés era un noble de la corte del faraón Akenatón. Muchos estudiosos, desde Sigmund Freud hasta Joseph Campbell sugieren que Moisés pudo haber abandonado Egipto tras la muerte de Akenatón […] cuando las reformas monoteístas del faraón fueron rechazadas violentamente. Las principales ideas que apoyarían esta hipótesis serían que la religión monoteísta de Akenatón era la predecesora del monoteísmo de Moisés, y una colección contemporánea de las Cartas de Amarna, escritas por los nobles para Akenatón, describen bandas asaltantes de habirus atacando territorios egipcios.”[6]

Las piezas parece que empiezan a encajar, y nos muestran al judaísmo histórico anterior a la conquista romana como el depositario de una parte de la experiencia histórica de los viejos imperios del Próximo Oriente, incluyendo entre ellos  al antiguo Egipto. Pero sus fieles, sin embargo, no fueron los protagonistas de esas historias, tan solo transmitieron su eco. Guardaron en sus libros sagrados, en sus dogmas y en sus ritos las conclusiones a las que otros habían llegado.

Todo se habría perdido si no hubiesen sido objeto de dominación, durante los mil y pico de años transcurridos desde el Éxodo hasta la conquista romana, por toda la serie de imperios que se fueron sucediendo en su espacio geográfico durante el primer milenio anterior a la Era Cristiana. El mensaje que habían heredado siguió teniendo sentido durante ese tiempo porque siguieron sufriendo la acción de otras estructuras imperiales desplegadas en los áridos (cuasi monocromáticos) paisajes de esa zona. No es casual que uno de los mayores impulsos de renovación religiosa del judaísmo tuviera lugar durante la cautividad de Babilonia. Monoteísmo e imperio siempre van de la mano.

Y será otro gran imperio, el romano, el que catalice la siguiente respuesta renovadora del judaísmo, que tuvo a Jesús como desencadenante. En las creencias de los primitivos cristianos encontramos, juntos, una serie de elementos que proceden de diversas tradiciones previas y que convergen en su seno. Su narrativa se hace eco de la tradición judaica en la que surge; asume sus libros sagrados y sobre ellos superpone los propios, que se presentan como la continuación de los primeros. Pero la ética cristiana supera a la judía en el sentido de que universaliza el mensaje redentor, cuyo destinario pasa a ser toda la humanidad, y no un grupo particular de “elegidos”. Está claro que en ese proceso universalizador también han intervenido los gentiles que se unieron a sus filas desde los tiempos de San Pablo. Si sabemos leer entre líneas en el Nuevo Testamento podemos descubrir elementos que proceden del estoicismo romano, como no podía ser de otra manera, dado que ambos sistemas de pensamiento convergen en ese mismo espacio y en ese mismo tiempo y que San Pablo y el mismísimo Séneca mantuvieron una activa relación epistolar, de la que se conocen hasta 14 cartas, aunque haya cierta duda acerca de la autenticidad de alguna de ellas.

En el mundo clásico, tanto en Grecia como en Roma, hubo pensadores –Séneca, por ejemplo- que consideraban las historias sobre la multitud de dioses que su mitología nos ha transmitido como cuentos de niños, incapaces de transmitir los valores éticos que su compleja sociedad necesitaba, y filosóficamente evolucionan hacia el monoteísmo. Más arriba hablamos de los fieles del dios Atón, que vivieron en Egipto mil años antes de que surgiera el Imperio Mediterráneo. También hay procesos de reflexión que evolucionan hacia la simplificación de los panteones, el compromiso ético universalista y/o una mayor abstracción a la hora de definir a la divinidad y la relación entre ésta y el género humano, por toda Asia: El budismo en La India, el mazdeísmo en Persia, el mitraísmo en el Próximo Oriente romano… Es un proceso global en el que algunos llevan cierta ventaja, pero en el que todos reman en la misma dirección. Un proceso global de evolución del pensamiento humano que es congruente con los procesos de integración política que todos estos pueblos están viviendo. Lo que hay en el cielo es una proyección de lo que vemos en La Tierra.

En ese contexto global de evolución hacia el monoteísmo, el Edicto de Milán (313) marca uno de los hitos más significativos de ese proceso, en el que convergen los cristianos con otras facciones de la sociedad romana que también evolucionan, de manera autónoma, en esa dirección.

El Edicto de Milán no es más que un ejercicio de pragmatismo político a través del cual Constantino pretendía integrar dentro de las estructuras del Imperio a los miembros de un movimiento social que no paraba de crecer y que actuaba al margen de los poderes constituidos. Constantino, en ese momento, ni era cristiano ni estaba previsto que lo fuera. Su conversión oficial a esta religión tendrá lugar al final de su vida, 24 años después de esta fecha. Y a esas alturas de la misma la conversión era casi obligada, habida cuenta de que en 325 ya había participado en el Concilio de Nicea y venía ejerciendo su tutela política sobre un credo que ya se estaba comportando -de facto- como la religión oficial del Imperio. Bautizarse no tenía más significado para él que testar a favor del grupo de colaboradores más fieles con los que contaba, darles una legitimación que sabía que sería puesta a prueba cuando él muriera. Y al hacerlo lo que estaba legitimando era su propio proyecto político.

Podría parecer extraño que la primera medida que tomó Constantino al hacerse con el control de Occidente fuese poner fin a la persecución e invertir la discriminación contra la Iglesia. Pero no tuvo nada de extraño. Astuto, sí, pero en modo alguno increíble” […] “la persecución por parte del Estado tuvo por objeto hacer frente a la amenaza que pesaba sobre la unidad del imperio. Si esa política, juzgada de acuerdo con todos los criterios objetivos, había fracasado, ¿por qué no iba Constantino a cambiarla? Y si, de hecho, había sido contraproducente, ¿por qué no iba a invertirla por completo? Todos podemos ser sabios cuando vemos las cosas con la perspectiva del tiempo, pero hay que reconocer que proteger a la Iglesia en vez de perseguirla fue una sabia decisión política”[7]

La política religiosa de Constantino consiste en:

restaurar la unidad de la sociedad y poner fin a las divisiones y a la amargura causada por la persecución”[8]

Más adelante:

promulgó también decretos contra el politeísmo” […] “su preocupación principal es política, es decir, la unificación del Imperio”[9]

Y ¿por qué actúa así?

Se ha calculado que a la sazón los cristianos no constituían más del diez por ciento de la población y estaban poco representados en el ejército y la aristocracia. Pero ¡qué diez por ciento! Permanecieron firmes ante la persecución. Sus lealtades últimas no estaban puestas en duda.” […] “La sangre de los mártires era, pues, la simiente de la Iglesia. Paradójicamente, se incrementó a causa de la persecución, se hizo fuerte mientras Roma se debilitaba.”[10]

[…]

La religión de Constantino era personal, ecléctica, pero no cristiana, y sus leyes sobre religión estaban pensadas principalmente para servir sus objetivos imperiales.”[11] […] Alföldi tiene mucha razón cuando señala que el cristianismo estaba organizado de forma mucho más institucional que los cultos paganos. Puede que éste fuera uno de los factores que habían empujado a Constantino a elegir al Dios de los cristianos; en todo caso, ciertamente fue un potencial que el emperador fomentaría y aprovecharía.”[12] […] “la religión era muy importante para su estrategia, demasiado importante para dejarla en manos de los eclesiásticos.” […] “Debido a su relación con la Iglesia, Constantino pudo influir en ella y en el cristianismo en un nivel profundo. Ahora debemos considerar cómo los valores de Constantino se infiltraron en la Iglesia; no cómo se convirtió al cristianismo, sino de qué manera, por medio de su política religiosa, logró que el cristianismo se adaptara a su postura”[13].

En los 31 años de reinado de Constantino (306-337) tiene lugar un proceso acelerado de institucionalización del cristianismo y de apropiación de su mensaje por parte del poder romano, que lo utiliza, con suma habilidad, para apuntalar un imperio que se encuentra en avanzado estado de descomposición política. Las lealtades que unen entre sí a los miembros de la religión más perseguida del Imperio se convierten bruscamente en un balón de oxígeno que le permitirá a éste alargar su agonía. ¿Cree el lector que la fagocitación de movimientos sociales por parte del poder establecido es un invento reciente? ¿Cómo hacer que los esclavos acepten de nuevo el poder romano? Pues haciendo oficial la religión de los esclavos.

Pero una vez que la religión de los perseguidos se transforma en la del poder establecido, comenzarán los retoques para adecuarla a su nuevo papel:

La religión de Constantino, que empieza con el lábaro, es el apogeo de la religión pactada y, como tal, es precristiana, como si Cristo nunca hubiera existido”[14] […] “Constantino […] es la clase de mesías que fue rechazado con firmeza por Jesús y la Iglesia primitiva. […] parece responder a las expectativas de aquella religión pactada que buscaba un líder militar como David.” […] “el poderío militar separa a los dos tipos de mesías” [15] [… Él] es el instrumento de Dios; no es su fe la que le da la victoria. La victoria se alcanza con la espada y los pertrechos. La fe que vemos aquí no es la de la Iglesia, sino la del salmista: «Cantad a Jehová cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; Su diestra lo ha salvado y su santo brazo».”[16] […] Nacido para ser emperador, sabe cómo conquistar el poder absoluto y también cómo ejercerlo.”[17]

En resumen:

No es Constantino quien se ha ajustado a Dios, sino que lo que se atribuye a Dios se encuentra primero en Constantino. [...] Mucho antes de «convertirse» había decidido que la persecución era contraproducente. [...] Lejos de ello, la Iglesia fue incorporada en el plan general del emperador y se transformó en un instrumento de la unificación del imperio”[18]

[…]

“¿Cómo, pues, logró triunfar donde sus predecesores habían fracasado? ¿Cómo fue que con un poco de bondad, una palabra de elogio aquí, una subvención para edificar una iglesia nueva allí, logro inducir a la Iglesia a abandonar lo que no fue posible obligarle a abandonar con amenazas de torturas o de muerte?” […] “La Iglesia pasó a ser totalmente leal al emperador, al nuevo salvador que había logrado desplazar al Jesús histórico” […] “Ahora los líderes cristianos fueron atraídos a la corte imperial en calidad de «consejeros»” […] “Lo que hizo de ello una victoria no fue el hecho de que Constantino se granjeara el apoyo de la Iglesia, sino que en el curso del proceso alteró por completo la naturaleza y la base de la fe cristiana.”[20]

Cristo dijo:

«Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y ven, sígueme».”[21]

Pero:

Esta exigencia se ha diluido con el paso de los años: ha sido reinterpretada y «espiritualizada»” […] “este cambio de actitud cabe asociarlo con las nuevas normas del cristianismo cuando se convierte en religión del Estado. El pasaje del Evangelio parece cerrar ya la puerta a semejante dilución.” […]  Puede que hasta entonces los cristianos no hubieran seguido las normas de Jesús y de la Iglesia primitiva. Pero con el replanteamiento de todos los valores, ya no hubo necesidad de sentirse culpable por ello. Los requisitos anteriores perdieron vigencia. La Iglesia acogió en su seno a los ricos y a los miembros de la sociedad que tenían propiedades.”[22]
[…]
“Se da por sentado que el emperador es cristiano. Pero el emperador es rico. Por consiguiente, como es la imitación del Logos (Cristo) del cielo, esto tiene que significar que Cristo aprueba la riqueza, debidamente utilizada, por supuesto.” […] “Pero en la Iglesia en general, la disparidad de la riqueza y la pobreza no se consideraba vergonzosa ni blasfema. Después de todo, si no hubiera pobres, ¿Cómo podrían los ricos practicar la caridad?” […] “Los ecos siguen oyéndose claramente hoy en día: «Alguien tiene que hacerlo», «Es mejor trabajar desde dentro del sistema con la esperanza de cambiarlo.» «Si trabajamos con el emperador en un asunto, nos escuchará cuando le hablemos de otros.»”[23]

He aquí, bastante resumido, el proceso de fagotización del cristianismo por parte del poder romano, del que condujo a la “religión de los esclavos”, que practicaba la pobreza evangélica y dónde todo se compartía, a convertirse en la religión oficial del Imperio Romano, que consigue ralentizar con su apoyo el proceso de descomposición política y social de un mundo en declive y hereda, a cambio, el legado final de ese imperio.

Los sacerdotes de una religión que había sido perseguida durante generaciones por el Imperio Mediterráneo serán, finalmente, los que mantengan vivo su recuerdo durante el largo milenio medieval, durante los “siglos oscuros”.

Pero esta religión que se ha dedicado desde el Edicto de Milán a administrar el legado del Mundo Clásico no es la que Cristo fundó. Es una religión pactada[24] entre el poder imperial y sus líderes más destacados, en la que el dogma se ha adaptado a las necesidades del poder y elimina de su ideario todas las aristas que pudieran molestarle. Sobre ese pacto fundacional se ha construido el mundo que ha llegado hasta nosotros a través del Occidente Cristiano Medieval.






[1] http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/09/la-crisis-de-la-conciencia-europea.html
[2] http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/09/la-sublimacion-del-monoteismo.html
[3] http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/07/las-otras-transversalidades.html
[4] http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/09/reflexiones-sobre-el-monoteismo.html
[5] Ibíd.
[6] Wikipedia: voz “Moisés”.
[7] ALISTAIR KEE: Constantino contra Cristo. Ediciones Martínez Roca. Barcelona. 1990. p 106.
[8] Ibíd. p. 111.
[9] Ibíd. pp 111-112
[10] Ibíd. p. 21.
[11] Ibíd. p. 119.
[12] Ibíd. p. 131.
[13] Ibíd. p. 135.
[14] Ibíd. p. 138.
[15] Ibíd. pp. 145-146.
[16] Ibíd. p. 148.
[17] Ibíd. pp. 167-168.
[18] Ibíd. p 161.
[20] Ibíd. pp. 178-179.
[21] Ibíd. p. 182.
[22] Ibíd. pp. 182-183.
[23] Ibíd. pp. 184-185.
[24] Alistair Kee.