jueves, 27 de marzo de 2014

El ariete mexicano


Monumento a La Raza. Ciudad de México (Wikipedia)

En el encuentro que se ha producido en América entre las dos dinámicas históricas expansivas más potentes del occidente europeo, que escogieron el Nuevo Mundo como escenario para librar en él un formidable choque cultural se está dirimiendo -nada menos- que el modelo de civilización que se irá abriendo paso en el futuro en la mitad occidental del Planeta Tierra.

Por detrás de las estructuras políticas, de los modelos económicos, de las luchas de poder entre grupos oligárquicos, se esconden dos maneras diferentes de entender la vida, dos formas de mirar a nuestro alrededor y de imbricarse en el medio que nos envuelve.

Ya dijimos que el modelo de despliegue imperial que los británicos desarrollaron es reactivo[1], esto quiere decir que, en realidad, es un contramodelo. Está diseñado para enfrentarse con otro anterior a él, que era el enemigo a batir y que no es más que el Imperio español.

Éste último, junto con el portugués (contemporáneo suyo) son las estructuras imperiales primarias desarrolladas por los europeos fuera de sus escenarios geográficos originarios. Son los imperios ultramarinos por antonomasia, los de la primera generación, los que construyeron el marco y establecieron las reglas del juego.

Ambos se despliegan siguiendo su propia lógica interna de desarrollo, que es continuación de las dinámicas medievales de los pueblos ibéricos. Una vez expulsados los musulmanes de la Península, la lógica de la lucha contra el Islam conducía hacia el asalto a los países del Magreb y, de hecho, fue lo primero que se intentó, pero por el camino se cruzaron los vientos atlánticos, que terminarían desviando el contragolpe español hacia el oeste. En América los españoles avanzaron sin un plan formal que hubiera sido diseñado por sus dirigentes políticos o militares. La sociedad siempre fue por delante y la mayor parte de las conquistas se llevaron a cabo por la iniciativa particular de los que encabezaron cada una de ellas, cuando no se produjeron en abierta rebeldía con respecto a las órdenes recibidas, como ocurrió en el caso concreto de Hernán Cortés.

Los planes de conquista se fueron improvisando sobre la marcha por parte de aquellos que pretendían llevarlos a cabo y en ellos lo que se refleja es la tendencia secular de la vanguardia militar medieval española a desplegar sobre el terreno toda la experiencia acumulada durante los 800 años previos de combate en la frontera entre dos civilizaciones rivales.

Las reglas del juego que se imponen en los escenarios americanos son las que los pueblos ibéricos establecen. Españoles y portugueses construyen su propio modelo de relaciones con respecto a los pueblos nativos. Es un sistema que, aunque represente su adaptación a un medio natural que les resulta ajeno, se realiza de la manera en la que sus protagonistas deciden hacerlo y lo que les sale, por tanto, es la prolongación, al otro lado del mar, de la propia historia que habían venido desarrollando en la Península Ibérica durante los siglos medievales.

Los imperios ultramarinos de la segunda generación (ingleses, franceses y holandeses) actúan en los escenarios extra europeos en abierta competencia tanto con los pueblos ibéricos (que se les adelantaron nada menos que cinco generaciones) como entre ellos mismos. En ese proceso hay ya un sentido de urgencia que no se daba en la fase expansiva primaria, así como de respuesta hacia los que iban por delante marcando el camino. Por tanto, las reglas del juego que se establecen en esos modelos expansivos buscan optimizar sus propios movimientos y quemar etapas. El impulso, la planificación y la cobertura que el estado da a sus compatriotas es mucho más potente que lo que fue en el caso español y el proceso impone su propia lógica a sus protagonistas. Ya hablamos de la repugnancia de los británicos al mestizaje con los indígenas, que les condujo al diseño del modelo “de capas”, que resolvía muchos problemas de integración de pueblos heterogéneos que vivían juntos, a corto plazo, pero que los trasladaba hacia el futuro. Un futuro que hoy es presente en muchos países multirraciales que formaron parte –en el pasado- del Imperio británico.

En el proceso expansivo anglosajón en los Estados Unidos de Norteamérica los anglos estaban condenados a encontrarse con los hispanos, y estos respondieron articulando una barrera de contención que buscaba frenarlo. Hoy nos centraremos en el tramo de frontera que está cubriendo el pueblo mexicano.

El artículo 2 de la actual constitución mexicana dice:

“La Nación tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas que son aquellos que descienden de poblaciones que habitaban en el territorio actual del país al iniciarse la colonización y que conservan sus propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas.”

Esta constitución “reconoce la vinculación entre el actual estado y los pueblos indígenas prehispánicos, quinientos años después de su conquista por los ejércitos que comandaba Hernán Cortés.”[4]

Dicho reconocimiento es la constatación de una realidad social compleja y profunda que hunde sus raíces en la larga historia de los pueblos de Mesoamérica, de la que quisiera resaltar algunos aspectos derivados de su propia dinámica secular. Empezaré refrescándoles un poco la memoria con algunos textos publicados en este blog hace ya más de un año:

“El Imperio Español fue un imperio mestizo no sólo porque los blancos se mezclaran con los indios, ni porque hubiera indios que colaboraran con los blancos. También lo es porque su estructura, en realidad, es la de los imperios indígenas subyacentes que recibió un injerto español.

Los españoles no crearon un imperio sino que conquistaron dos y los transformaron. El tronco de esos dos imperios sigue estando ahí, escondido bajo el ramaje del injerto español y son dos, no uno, aunque las ramas de ambos hayan crecido tanto que se hayan entrelazado y desde las alturas no haya manera de distinguir las que proceden de un tronco de las que lo hacen del otro.

Después de conquistar los dos imperios se crearon los dos virreinatos originarios que llegaron, en solitario, hasta el siglo XVIII: El Virreinato de Nueva España, al norte -continuación del Imperio Azteca- y el del Perú, al sur –continuación del Imperio Inca-.

Desde México, aprovechando la vieja estructura del Imperio Azteca que seguía descansando sobre la base del campesinado indígena de Mesoamérica, con el apoyo de sus aliados tlaxcaltecas, los españoles llevaron a cabo un sistemático proyecto de expansión militar que terminará llevándolos hasta el Istmo de Panamá por el sur, la actual frontera norteamericano-canadiense por el norte, el río Mississippi por el noreste y las Islas Filipinas por el oeste, incorporando dentro de esa estructura las Grandes Antillas –Cuba, Española y Puerto Rico- y la Península de Florida. El hecho de que el virrey de México fuera designado por el rey de España y, en consecuencia, estuviera subordinado a él nos puede hacer pensar que, en el fondo, no era más que un funcionario. Pero era un funcionario que tenía más poder que la mayor parte de los reyes de la Europa de su época, claro que por un tiempo limitado, como los actuales presidentes de las modernas repúblicas americanas. El rey de España, tanto en Nueva España como en el Perú, procuraba que las personas que desempeñaran esos cargos rotaran bastante y vieran limitado su poder, que estaba muy vigilado por otros funcionarios que eran enviados para controlarlo. Está claro que el rey era plenamente consciente del inmenso poder que el virrey tenía y que podía llevarlo, si no se le vigilaba estrechamente, a crear un verdadero imperio más poderoso que ninguno de los europeos.”

[…]

“Los dos virreinatos son, en realidad, la siguiente fase histórica de los imperios indígenas subyacentes y su lógica interna de desarrollo no es europea sino híbrida. Creo que el concepto de “injerto” es la expresión que mejor define su función.

Los españoles, dentro de esa estructura, actúan como bisagra que articula su relación con el resto del mundo. Esa manera de funcionar hace de este mundo algo único e irrepetible, que conecta espacios y tiempos lejanos y hace fluir la energía de un extremo a otro del Hemisferio y desde las civilizaciones prehispánicas hasta los actuales movimientos indigenistas. Es el espíritu de la transversalidad, es el dinamismo que esta estructura imprimió al resto del mundo desde que se constituyó, hace quinientos años, y que nos embarcó a todos en un proceso histórico irreversible, que hoy llamamos “globalización” pero mañana llamaremos –seguro- de otra manera.”[5]

Es obvio que la vinculación del pueblo mexicano con su propio territorio es profunda y remota, característica que comparte con otros pueblos de Hispanoamérica y que le diferencia de manera nítida de sus vecinos del norte. Su proceso de evolución histórica es independiente del norteamericano y tiene su propia lógica de desarrollo. Si la etapa colonial, el antiguo virreinato de Nueva España, es la siguiente fase del despliegue del Imperio Azteca (que -a su vez- no es más que el último imperio prehispánico de Mesoamérica), el estado mexicano es la última que ha tenido lugar y la que ha llegado a alcanzar el tiempo presente. El paso de los imperios indígenas al imperio mestizo representó un salto cualitativo porque el viejo tronco recibió una inyección de savia nueva intercontinental que transformará el Imperio de los aztecas en la mitad norte del Imperio Transversal que, como vimos, es la estructura política más dinámica, desde el punto de vista evolutivo, que jamás haya existido en este planeta, la primera de toda la Historia de la Humanidad que ha sido capaz de conectar políticamente a pueblos que estaban fuertemente adaptados a varios ecosistemas claramente diferenciados y desparramados por una amplia extensión geográfica. La primera gran estructura política que se expande en el sentido de los meridianos y no en el de los paralelos.

Dijimos que la lógica imperial británica era reactiva y que se diseñó para optimizar sus movimientos y para quemar etapas. Son corredores de velocidad, mientras que los hispanos lo son de fondo. Los anglos idearon una serie de artificios que les servían para avanzar más rápido y poder imponerse con facilidad sobre sus competidores. Desarrollaron la estructura de capas (que ya habían usado los germanos en la Europa meridional y occidental durante al Alta Edad Media y antes otros pueblos indoeuropeos, como los arios en la India. ¿Se acuerda de Robin Hood y de los sajones contra los normandos?). Ese mecanismo, combinado con el resto de instrumentos de dominación que usan habitualmente las fuerzas imperiales (el hegemonismo ideológico, el dominio comercial, la tecnología, el espionaje...) refuerzan la estructura de dominación durante un tiempo, permiten derribar con facilidad a los grupos oligárquicos que militan en el campo enemigo, descabezan una y otra vez la estructura política del adversario... Pero no detienen la Historia. Nada puede reemplazar a la lealtad que da cohesión a los grupos humanos.

Las sociedades hispanas avanzaron, desde el principio, por la senda del mestizaje, tanto biológico como cultural, es decir, asumieron desde el primer momento la inevitabilidad histórica que conduce a que pueblos de diferentes orígenes, que viven en el mismo espacio geográfico, se terminen fusionando.

A estas alturas de la historia ese proceso de mestizaje tiene un rodaje de quinientos años. Mientras que algunos de los países multirraciales que pertenecieron al Imperio Británico han levantado las barreras jurídicas que impedían la mezcla racial hace menos de una generación (olvidémonos, de momento, de las barreras mentales). Y en los EEUU ese asunto desencadenó, en el siglo XIX, una sangrienta guerra civil que, como sus mismos intelectuales reconocen, dejó marcado, de forma indeleble, a su país. Huttington viene a decir que la nación americana es un producto de la guerra civil, y yo añado que ésta es, a su vez, consecuencia de los errores de diseño del modelo social anglosajón en los espacios geográficos ultramarinos y multiétnicos.

En el artículo “La estructura del Sistema Europeo”[7] expliqué como los españoles crearon en Europa, a lo largo del siglo XVI, una estructura imperial que terminó cristalizando como el esqueleto de la Europa moderna. El conjunto de territorios que llamé “La Camisa de Fuerza francesa”[8] vino a desempeñar la función que la columna vertebral cumple en el organismo humano. Y alrededor de esa parte “ósea” se estructuró el complejo sistema europeo en el que cada país asumió un rol diferenciado dentro del mismo, lo que convirtió al conjunto en una máquina temible.

En América fueron también los españoles los que, aprovechando el “tronco” de los dos grandes imperios prehispánicos que encontraron, desplegaron otra estructura, otro esqueleto que estaba vertebrado alrededor de la gran cordillera que atraviesa el continente desde Alaska hasta la Tierra del Fuego, en sentido norte-sur. Esa inmensa cordillera le da al Nuevo Mundo un sentido transversal que es único en el Planeta Tierra. No hay nada comparable que pueda desempeñar una función equivalente. Por eso la llegada de los españoles al continente americano cambió el curso de la Historia. Es como cuando una especie animal procedente de un ecosistema invade otro distinto, dónde no encuentra adversarios naturales capaces de frenar su expansión. Al final, los únicos que terminaron parándoles fueron otros invasores procedentes del ecosistema original de los primeros. Pero los últimos tardaron en llegar el tiempo suficiente como para que aquellos mutaran. Y ya puestos a mutar se desencadenó un proceso histórico que tuvo, desde el principio, repercusiones mundiales ya que, como consecuencia de todo esto, surgieron circuitos económicos globales que abrirían la puerta a movimientos masivos de población intercontinentales. Ese fenómeno al que llamamos “globalización” es la consecuencia directa, más que del descubrimiento de América (que también, porque fue el que la propició), de la conquista, por parte española, de los dos grandes imperios prehispánicos americanos. Es decir, de la conquista de México y del Perú.

México, por tanto, no es un país cualquiera. Es el origen remoto de buena parte de las transformaciones económicas, políticas y demográficas que están teniendo lugar por todo el planeta desde hace quinientos años, es un lugar dónde está fermentando una nueva civilización, dónde se produjo hace tiempo el encuentro entre dos dinámicas históricas complementarias que mezcladas tienen un potencial revolucionario a largo plazo.

Desde México, y apoyándose en la estructura política indígena subyacente, los españoles formaron un imperio, al que llamaron “Virreinato de la Nueva España” que, siglos después, colisionaría con el anglosajón en las praderas, estepas y desiertos de Norteamérica. Los anglos avanzaron en sentido este-oeste. Los hispanos en el sur-norte. Los primeros multiplicaron sus efectivos humanos en términos exponenciales, entre los siglos XVIII y XX, pero su crecimiento se produjo fundamentalmente a través de los flujos migratorios de origen europeo (no sólo británicos), que fueron secándose a lo largo del siglo XX. También hubo aportaciones significativas de mano de obra esclava, de origen africano, cuya integración en la mayoría social anglosajona ha sido –y está siendo- un poco complicada.

La población mexicana también lleva siglos creciendo, pero éste incremento es básicamente de carácter endógeno, vegetativo. Aunque fue más lento que el anglosajón desde principios del siglo XVIII hasta mediados del XX, alcanzó su punto álgido precisamente al final de ese período y, aunque durante las últimas generaciones esté disminuyendo en términos relativos, dada la masa crítica que ya ha alcanzado, el crecimiento poblacional, medido en términos absolutos, es formidable. Habiéndose convertido en un potente foco que sostiene buena parte de las presiones migratorias hispanas sobre su frontera norte.

A mediados del siglo XIX los norteamericanos empujaban a los mexicanos hacia el sur en las tierras de Texas, Nuevo México, California… Hoy levantan muros y los llenan de cámaras de vigilancia, sensores de infrarrojos y todo tipo de artificios para intentar frenar la avalancha humana que se les viene encima. Todo esto nos recuerda bastante a la secuencia histórica que tuvo lugar en el “Limes” septentrional romano durante los siglos III al V, que ya sabemos cómo acabó.

México hoy es una caldera a presión que es el origen de un potente flujo demográfico que tiene orientación sur-norte. Es un ariete que golpea sobre el Limes Hispano de Río Grande, sobre la “Muralla de Adriano” electrónica que los anglos han edificado para frenar su avance. Pero el problema lo tienen los norteamericanos en casa, en su propia división interna. La competitividad capitalista, planteada en términos individualistas, desarma a las sociedades que han hecho del egoísmo personalista burgués el motor de todos los cambios. El incremento de las desigualdades sociales está fragmentando a su sociedad, la está desestructurando y debilitando. En ese contexto los marcadores de etnicidad de las diferentes subculturas que coexisten allí pueden terminar prefigurando las líneas de ruptura futuras de su estado.

Nos encontramos pues en un escenario sociológico que guarda grandes paralelismos con el Imperio Romano a finales del siglo IV de nuestra era. Los dirigentes políticos imperiales hace tiempo que son conscientes de ello y pretenden neutralizar su proceso de descomposición interna a través de una estrategia muy agresiva y militarista. No pueden dejar de someter pueblos con las armas porque el día que lo hagan perderán la iniciativa política y será el principio del fin. Pero la constelación de fuerzas que se está formando a escala mundial eleva paulatinamente los costes de tales agresiones. Llegará un momento en el que no puedan sostener el pulso que libran con sus adversarios exteriores de primer nivel, y cuando ese hecho se visualice empezará a producirse el desenlace de esta historia. Será entonces cuando el ariete mexicano alcance su máxima potencia y termine rompiendo el “Limes” de Río Grande.




[1] Las otras transversalidades: http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/07/las-otras-transversalidades.html
[4] Los imperios mestizos: http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/07/los-imperios-mestizos.html
[5] Ibíd.
[7] http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/06/la-estructura-del-sistema-europeo.html
[8] http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/06/la-camisa-de-fuerza-francesa_05.html

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