martes, 12 de febrero de 2013

El bandolerismo andaluz


 
En Andalucía, como en otros muchos lugares de Europa y del mundo, está documentada, desde la Edad Antigua, la existencia de un gran número de bandidos y salteadores de caminos de diverso tipo. De la época musulmana han llegado hasta nosotros los nombres de las bandas de Coreb, Merwan, Tamacheca, Ocacha y, sobre todo, del “Halcón Gris”1. Ya en la época cristiana, la abundancia de estos delincuentes rurales llevarán a los Reyes Católicos a crear un cuerpo específico para combatirlos: La Santa Hermandad. En 1590 Felipe II enviará al ejército real, Mandado por Gonzalo Argote de Molina, para acabar con la banda del Capitán Machuca, que asolaba la Serranía de Ronda. En el siglo XVII actuarán las de El Blanquillo, El Regatón, los hermanos Borrego, el hidalgo Don Gaspar de YelvesEl Mellizo e, incluso, una mandada por una mujer: Ana García La Brava. En el Siglo XVIII actuarán Juan Espejo, los hermanos Montero, Antonio Gómez, etc.2

Pero en la década de los 70 del siglo XVIII, coincidiendo precisamente con la construcción de la carretera de Andalucía y de las “nuevas poblaciones” de Sierra Morena y de Andalucía, que se suponían iban a acabar con él, se produce un indudable salto cualitativo que nos permite hablar de una verdadera Edad de Oro del bandolerismo andaluz, que podemos enmarcar desde los comienzos de las correrías de Diego Corrientes (1776-1781) hasta el “Indulto General” de 1832.

Lo que distingue a los bandoleros de esta época de sus predecesores y de sus continuadores es la extraordinaria complicidad que llegarán a encontrar entre importantes segmentos de las clases populares del occidente andaluz, en especial de sus áreas rurales, lo que les hará moverse con una impunidad impensable en otros tiempos o en otros lugares. Estos bandoleros tenían espías que les mantenían informados de todo lo que pasaba, tenían refugios seguros, no sólo en la sierra sino, también, en los diversos cortijos y caseríos que se reparten por la región e, incluso, poderosos apoyos y contactos dentro de algunos de los municipios más importantes de la zona.

Esto pone relieve la evidente ruptura de los ya debilitados consensos sociales de las oligárquicas sociedades del suroeste castellano que habían podido sobrevivir hasta ese momento. Es muy significativo que sea durante el reinado de Carlos III cuando se de este salto cualitativo del que hemos hablado, por todo lo que venimos diciendo a lo largo de los últimos artículos. Y muy ilustrativo que algunos de los elementos más representativos de la España más “castiza” –el bandolerismo es sólo uno de ellos- surjan precisamente durante el reinado más “ilustrado” de la Historia de España y como consecuencia directa de la reacción de los sectores sociales más agredidos por ese mundo que, desde París, con escala en Madrid, irradiaba en todas las direcciones. La resistencia contra los ilustrados españoles del siglo XVIII será el ensayo general que preparará las condiciones para la Guerra de Guerrillas que se desencadenará por todo el país como consecuencia de la invasión de los ejércitos napoleónicos.

El primero, desde el punto de vista cronológico, de los “grandes” bandoleros fue, indudablemente, Diego Corrientes:

Diego Corrientes Mateos nació en la ciudad de Utrera, del reyno de Sevilla […] desde niño tuvo gran afición a los caballos, que aprendió a domar, y esta afición, el afán de aventuras, el amor al riesgo y también el deseo de ganar dinero que jamás podría soñar trabajando la tierra como su padre, le decidió a meterse a cuatrero, es decir robar caballos y venderlos. Su inteligencia natural le llevó a estudiar detenidamente los lugares donde podía cometer lo robos de caballerías, pero también las vías de acceso a los cortijos y haciendas donde pacían o se guardaban, las posibles vías de fuga en caso de peligro y las vías de salida con los caballos robados, los cuales llevaría a venderlos en Portugal. Igualmente estudió la cobertura que podía obtener, refugios y escondites, personas a quienes igualmente debía pagar para que le tuvieran informado de los movimientos de la fuerza pública” […] “No tenían nada que envidiar a la tropa sus planes de logística, pues llegó incluso a poner los primeros caballos que robó, en determinados lugares para que, cuidados por algún campesino pagado por él, los tuviera siempre a punto, bien alimentados y ensillados, por si tenía que llegar de improviso a dejar un caballo cansado, y utilizar el de refresco, ganando así ventaja a sus perseguidores”
[ … ]

A la dificultad de capturarle por su ligereza y su habilidad, unía la protección de los campesinos pobres, a los que en muchas ocasiones ayudaba con dinero, cuando sabía que estaban a punto de perder sus pobres parcelas, embargadas por los usureros si un año por falta de lluvias perdían la cosecha y tenían que pagar la renta de la tierra, las semillas y los impuestos. Así la fama de Diego Corrientes alcanzó […] a que su nombre corra de boca en boca, en letras de romances, y en coplas de flamenco:

"Así era Diego Corrientes
el rey de la Andalucía
que a los ricos le robaba
y a los pobres socorría.
(Letra conservada por Joaquín Curiel, de Coria del Río.)”

[ … ]

La fama de valiente, y de generoso hicieron que se despertase una extensa oleada de admiración hacia su persona, admiración que se traducía en muchos casos en encubrirle, ampararle y facilitarle refugio o huída, no solo los jornaleros, ni los pequeños agricultores, víctimas de caciques y usureros, sino incluso muchos curas párrocos de pueblos pequeños que presenciaban impotentes numerosas injusticias.”3


Con fecha 22 de diciembre de 1780, la Audiencia de Sevilla emite un edicto de busca y captura en el que “se alude a «salteamiento de caminos, asociación con otros, uso de armas blancas y de fuego, y otros graves excesos, insultos a las Haciendas y cortijos»; pero no se hace mención a homicidios ni asesinatos, porque Diego Corrientes no había cometido ningún delito de sangre. Sin embargo se le condena a muerte.”4 Se ofrecía una recompensa “al que entregare muerto al Diego Corrientes un mil y quinientos reales de vellón; y al que vivo la doble cantidad.”

Ninguno de los suyos, ni de las gentes del campo andaluz le asesinaron para cobrar el precio ofrecido, ni delataron por donde andaba escondido.
El día que llegaron los edictos a los pueblos se leyó su contenido a voz de pregonero por las calles y plazas de toda Andalucía, pero nadie presentó ni siquiera una denuncia.
Y cuando el papel del Edicto fue pegado por las paredes en el pueblo de Mairena [del Alcor], Diego Corrientes se arrojó a presentarse en la plaza del ayuntamiento y arrancó con sus manos el cartel, y dejó en su lugar un papel con buena letra y frases jocosas ridiculizando a su Señoría y en la que se burlaba del Oidor y Regente, y de la Sala del Crimen. Don Francisco Bruna, sabiendo que Corrientes pasaba a Portugal a vender los caballos cuarteados ordenó a los Escopeteros que se introdujeran en Portugal y capturasen al bandido. […]5

Diego Corrientes será finalmente capturado en Olivenza y ahorcado en la Plaza de San Francisco, de Sevilla, el 30 de marzo de 1781. Entonces ya era un personaje legendario, pero a lo largo de las siguientes generaciones su figura no dejará de agigantarse, entre otras razones porque el bandolerismo no dejará de crecer y la ulterior guerra contra los franceses terminará otorgándole la legitimidad de la que carecía hasta entonces.

Durante los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX fueron numerosas las partidas de las que se tiene noticia: Las de “Piñero”, que actuó desde Linares hasta Sevilla, por toda la carretera de Andalucía; la de Bartolomé Gutiérrez, de La Rambla, etc. También se aprovechó, por parte de las autoridades, la existencia de numerosas partidas en todo el occidente andaluz para eliminar a algunos grupos jacobinos que empezaban a proliferar en la región, influidos por las noticias que llegaban desde Francia. El más importante de estos fue, sin duda, el de la supuesta banda de Francisco Matheos, alias El Tenazas, que era en realidad un grupo conspirativo pro-revolucionario, de unos cuarenta miembros, que se reunía en Mairena del Alcor, en la que había incluso nobles, un sacerdote, un militar y un escribano. De éste se ejecutará a cinco de sus miembros, condenando a los demás a penas de prisión, trabajos forzados o destierro.

El contrabando fue uno de los delitos más frecuentes y más perseguidos, y los componentes de sus bandas eran castigados con igual rigor que los bandoleros, lo que les rodeó de un halo de admiración popular y romántica. Ejemplo de ello fue el suceso de Carmen, la cigarrera de Sevilla, que se fue al contrabando y arrastró al pobre sargento don José, quien acabó matándola por celos. El suceso es verídico y la Condesa de Teba, madre de la emperatriz Eugenia, se lo contó a Merimée, quien convirtió la noticia en novela, de la que luego Bizet sacó su magnífica ópera.”6

La invasión de los ejércitos napoleónicos, en 1808, y la desestructuración social que produjo, así como el consiguiente vacío de poder que le acompañó, alteró de manera radical el contexto, dando alas a los diferentes grupos armados que actuaban en las áreas rurales andaluzas, transmutándolos ante los ojos de los campesinos en verdaderos patriotas.

De todas aquellas bandas ninguna alcanzó tal resonancia como la llamada de Los Siete Niños de Écija”7, que ni eran siete, ni eran niños, ni eran de Écija. Esta partida comenzó como un genuino grupo guerrillero, algunos de cuyos miembros continuaron después de la guerra “en el monte”, actuando ya como verdaderos bandoleros.

La partida de Los Siete Niños de Écija comenzó en realidad como una guerrilla para luchar contra los franceses del rey José y del general Dupont. Sus actividades eran atacar los convoyes de municiones franceses, interceptar los correos y atacar las pequeñas guarniciones, o las autoridades francesas desperdigadas por Andalucía para recaudar impuestos o transformar provincias en «prefecturas» según el modelo francés.
Terminada la guerra, expulsados los franceses, la guerrilla se convierte en partida de bandoleros por varios motivos, la falta de adaptación a la vida de la paz, después de años de guerra; la pobreza de algunos de ellos faltos de cualquier empleo; la animosidad y resentimiento contra el rey Fernando VII que no les agradeció su esfuerzo y sacrificio, sino que les persiguió por haber apoyado a las Cortes de Cádiz. Incluso en un caso concreto, el fraile Fray Antonio de Cegama, vasco, quién después de varios años de guerrillero no tenía ya el espíritu para volver a su convento franciscano, en las Vascongadas ni al caserío en una aldea de Guipúzcoa.”8


Aunque en el edicto de busca y captura, emitido en 1817 contra los miembros de este grupo, aparecen seis nombres, se tienen noticias ciertas de hasta 43 individuos claramente identificados que pertenecieron en algún momento a la banda.

Las hazañas o fechorías de Los siete niños de Écija se localizaron en las provincias de Córdoba, Sevilla y Cádiz, en los términos de La Luisiana, Écija, Carmona, Osuna, Lora del Río, El Carpio, La Carlota, y Aguilar de la Frontera”9

Sin duda el golpe más famoso de “los niños” fue el robo de un cargamento de veinte mil onzas de oro procedentes de Méjico, escoltado por veinte soldados de caballería y vigilado por un funcionario de Hacienda. El robo se produjo en la Posada Real de La Luisiana10 y fue recreado en un episodio de la serie de televisión de los años 70 “Curro Jiménez”, aunque ahí se le atribuía al protagonista de la misma, que era “El barquero de Cantillana”, otro bandolero diferente de una época posterior.

Robos como este, asaltos a las diligencias, incluso saqueos de cortijos y aldeas enteras fueron anotándose en la historia de Los Siete Niños que puntualmente iba escribiendo la Real Audiencia de Sevilla, con las denuncias que le llegaban de alcaldes desesperados y propietarios furiosos. A los hombres del primer edicto judicial se van añadiendo los de Diego García El Hornero, Antonio Cariñena, Juan Gómez y Juan Escalera, que han sido aprehendidos y arrastrados y ahorcados y descuartizados.
Diego Padilla, al que se conoce por el mote de "Juan Palomo" cae poco después. La Justicia, apremiada por el gobierno y por el propio rey no solo aumenta los efectivos armados sino que aumenta los premios por captura; surgen cazadores de recompensas, Juan Bautista Núñez y Pablo Rodríguez cobran recompensas de a mil ducados por bandido capturado. El final de la partida de Los Siete Niños de Écija según parece fue el que relatan algunos autores. Tras la muerte de Antonio Gutiérrez El Cojo en la horca de Sevilla el 7 de febrero de 1818 los restantes de la partida, más modernos en ella y con menor experiencia y menos apoyos y confidentes, formaron otra partida que se llamó La Cuadrilla de Montellano, nombre que se le dio porque en el término de Montellano cometieron sus primeros robos. Su actuación duró poco más de un año, y entre sus fechorías se cuenta el de haber enviado cartas a los hacendados pidiéndoles que pagasen una contribución y que si no la pagaban les quemarían las cosechas, y las casas y les harían otros daños. Esto lo hicieron en los términos de Montellano, donde comenzó su actividad la partida, y siguieron por Algodonales, Morón de la Frontera y por otros pueblos.”11
La serie de televisión citada –“Curro Jiménez”- popularizó la figura de “El barquero de Cantillana”, sobre cuya personalidad hay ciertas dudas, pues los historiadores no están seguros de si trata de Francisco Antonio Jiménez Ledesma –que es la versión a la que se adhiere el guionista, y de ahí el nombre de la serie- o, por el contrario, se trata de Andrés López Muñoz. Ambos vecinos de la localidad sevillana de Cantillana. El individuo en cuestión murió en un enfrentamiento armado con la Guardia Civil en 1849, después de…

haber ejercido durante diecisiete años, y en su historial figuraba haber dado muerte al alcalde de La Algaba, Sevilla, y numerosos asaltos a diligencias, viajeros y recuas de transporte en las carreteras de Sevilla a Huelva y Cádiz.”12

El perfil, por tanto, de este bandolero no se corresponde con el del personaje de la serie de televisión porque –según aquella- este individuo participó en la guerra contra los franceses y, después, contra los hombres de Fernando VII. En realidad el de Cantillana empezó a actuar en 1832, poco después de que se produjera el Gran Indulto, y la mayor parte de sus correrías tuvieron lugar durante los gobiernos liberales posteriores a 1833.


De todos los bandoleros andaluces, quizá el que mayor fama alcanzó fue José María El Tempranillo, pero no tanto por sus hazañas delictivas […] sino por la influencia «mediática» en el conjunto de la sociedad, divulgando su nombre y rodeándolo de una aureola de simpatía.
El Tempranillo contó con los mejores agentes de publicidad que haya tenido ninguna marca comercial en España. Estos agentes se llamaron nada menos que Próspero Merimée, francés, y Richard Ford y J.F. Lewis, ingleses. Así el nombre de El Tempranillo figuró en páginas de revistas y periódicos que se divulgaban en todo el mundo, retratos del bandido, en quien estos curiosos e impertinentes viajeros y cronistas personificaban la España folklórica, y pintoresca, mezcla de un romanticismo amasado con claveles, coplas, gitanas y trabucos.
Para estos escritores El Tempranillofue una verdadera mina de pseudoinformación, tanto que Merimée ocultó a sus lectores la muerte de El Tempranillo y todavía varios meses después le mantenía vivo en reportajes, contando supuestas aventuras del personaje media Europa.”13
Nacido en 1805, asesinó a un hombre alrededor de los trece años –no se sabe claramente a quién ni en qué circunstancias, pues circulan tres versiones diferentes incompatibles entre sí-, huyendo a continuación a la sierra, donde se unió a “Los Siete Niños de Écija” sobre 1818. Cuando esta partida desapareció él siguió actuando por su cuenta, liderando una nueva. Parece ser que era huérfano y analfabeto; el apodo de “El Tempranillo” se lo pusieron por la “temprana” edad con que empezó a actuar. El más famoso de sus golpes fue:

El “asalto a un convoy que transportaba gran cantidad de dinero del Tesoro Público, de Madrid a Sevilla, a su paso por el sitio de la Monclova, término de Écija.
La operación que realizó El Tempranillo más que un asalto de bandidos fue una auténtica obra maestra de estrategia y táctica militar […] La descripción de este asalto llenó páginas de los periódicos de Europa, principalmente en París y en Londres, con lo que aumentó la popularidad que ya tenía”14

La escolta que guardaba este convoy era nada menos que de cuarenta soldados de caballería, que fueron dispersados en diversas operaciones de distracción como si de una verdadera batalla se tratase hasta conseguir dejar casi solo al citado Tesoro.

Los asaltos a diligencias eran su operación preferida […] Los asaltos no eran improvisados, sino preparados con utilización de espías para conocer con anticipación quienes viajarían en la diligencia y qué bienes podrían llevar.

El miedo a estos asaltos fue tal, que cada pocos días solía aparecer en la Gaceta de Madrid el relato de algún episodio reciente. Por ello cuando se deslizó sotto voce la noticia de que pagando un impuesto voluntario a los bandidos se evitaría ser robado aunque asaltasen la diligencia, se creó una clientela numerosísima. José María El Tempranillo garantizaba que quienes llevasen el recibo de haber pagado su «seguro» podían viajar tan tranquilamente de Sevilla a Madrid, sin ser molestados.
El seguro se pagaba en uno de los mesones que existían en la calle Mesones, (hoy se llama calle Alhóndiga), y sus factores que cobraban el seguro figuraban como arrieros, ganaderos, viajantes de comercio, y hasta disfrazados de curas.”15

Era conocida su identificación ideológica con la causa de los liberales. En la primavera de 1831 facilitó la penetración desde Gibraltar de un ejército de 150 hombres, dirigido por el general Manzanares, que pretendía iniciar un levantamiento contra el gobierno absolutista de Fernando VII. Este grupo fue derrotado por las tropas realistas en un choque armado que tuvo lugar en la Serranía de Ronda, donde 61 de ellos –con Manzanares a la cabeza- fueron hechos prisioneros y fusilados poco después. El resto de los sublevados huyeron y la partida de El Tempranillo se encargó de facilitar y cubrir la retirada.

La alianza entre liberales y bandoleros, en el occidente andaluz a principios de la década de los 30 del siglo XIX, hizo estremecer al gobierno absolutista y a sus partidarios, que de pronto vieron abrirse el suelo bajo sus pies. La impunidad con la que estos se movían por la zona, su extensa red de informadores y su conocimiento del terreno, puestos al servicio de los liberales, los podía terminar convirtiendo en un temible brazo armado, imbatibles en su propio territorio.

Inmediatamente después de los sucesos acaecidos en la Serranía de Ronda con el grupo de Manzanares el rey mandó plenipotenciarios a Andalucía para negociar con los bandoleros un indulto. Pronto se darán cuenta que la persona con la que tenían que negociar no era El Tempranillo, sino Juan Caballero, que era el verdadero cerebro que se escondía detrás de la nueva alianza que se estaba tejiendo en Andalucía.

Juan Caballero fue, probablemente, uno de los bandoleros con mayor nivel intelectual que haya habido en España. Siempre afirmó que tuvo que tirarse al monte contra su voluntad y de hecho durante algún tiempo estuvo intentando demostrar que los cargos que se le imputaban se basaban en un desgraciado malentendido y que lo estaban confundiendo con otra persona. Nacido en Estepa en 1804 en una familia hidalga y acomodada, nunca pasó necesidad económica hasta que tuvo que huir a la Sierra. Fue a la escuela y su nivel cultural era bastante bueno para su época. De hecho es el único bandolero del que tengamos conciencia que haya escrito sus memorias:

Yo, Juan Caballero Pérez, natural y vecino de Estepa, encontrándome en mi sano juicio, sin maldad de espíritu y con el justo deseo de dejar puesto en claro todo lo ocurrido durante mi juventud en que fui jefe de una partida de caballistas,16 de lo qual fui indultado por S.M. el Rey Don Fernando Séptimo, según es legal y notorio, porque debo dejar bien sentado lo que sí fui autor y limpiar mi nombre de calumnias de crímenes que nunca hize, y también salvar hechos buenos míos que algunas personas atribuyen a otros caballistas. Y por esto he juntado algunas memorias y he comprobado después los nombres y sircunstancias para que todo lo que aquí va escrito sea un todo verdadero. Y no quiero que estos papeles se publiquen impresos por ahora, aunque yo muera, mientras estén vivos los hombres que en este papel se nombran por sus nombres para evitar daños en la fama de algunos, pues no me es propio el hacer daño pudiendo evitarlo.

También algunos de estos recuerdos los he comunicado con algunos de mis amigos y viejos compañeros para sersiorarme de la verdad de lo que aquí va escrito.

[…] Mi padre se llamaba Luis Caballero Llamas, y venía su descendencia de lo que entonces se llamaba linaje hidalgo […] Yo era el menor de seis hermanos, y como mi padre lo ganaba bien en su negocio de surtidor de reses para Matadero, y mis hermanos mayores le ayudaban fui el más beneficiado, y aunque eran tiempos muy malos de la guerra, me mandaron a la escuela, y aprendí a leer y a escribir y bastante de cuentas, lo qual era mucho en aquel tiempo”17

Así se presenta nuestro hombre en sus memorias. Como tantos otros, tuvo que huir para salvar su vida, acusado de un crimen que él siempre negó. Con 23 años, recién casado, a la vuelta del servicio militar, dedicado al negocio familiar de suministrador de reses para los mataderos, con una posición social, por tanto, acomodada, ese desgraciado suceso vino a truncar una vida que a priori se presentaba próspera y feliz. Joven, religioso, inteligente, bien dotado para los negocios, bien relacionado socialmente, lo último que podía imaginar era que iba a tener que “tirarse al monte” para salvar su vida y convertirse, para usar sus propias palabras, “en un hombre perdido”.

Y en el monte muy pronto se dio cuenta de cuáles eran las reglas que regían, incorporándose a la banda de José María el Tempranillo, de la que se separó, con algunos compañeros, algún tiempo después. Él decía que era “un caballista de campiña”, mientras que El Tempranillo era “de serranía” (se ve que en esto también había especialidades). Y efectivamente, su “partida” se desplegará por la campiñas de Sevilla y de Córdoba, dando sus golpes más sonados en la Carretera de Andalucía -esa que construyó Carlos III para evitar a los bandoleros- y penetrando en las famosas “nuevas poblaciones” con absoluta impunidad, para escarnio de los ilustrados que querían construir un “modelo con que pueden mejorarse todos los [pueblos] de España” (Olavide), replegándose después hacia su santuario de Estepa. Cualquier nuevo individuo que se incorporara a su grupo tenía que hacer el juramento de sus dos reglas:

Mis reglas son dos, la primera obedecer y respetar mis órdenes, pues en ello nos va la vida a todos y la segunda es respetar todo lo de Estepa, lo mismo el pueblo que los cortijos y los caminos de su estado, pues si nos portamos bien con ellos tenemos amigos, y si no estamos perdidos”18

El “estado” de Estepa significaba todos los pueblos del marquesado homónimo, que eran: Estepa, Badolatosa, Casariche, Herrera, Pedrera, Lora de Estepa y El Rubio. En ese territorio los hombres de Juan Caballero eran tan respetados que éste, de hecho, se relacionaba allí con algunos de los prohombres del lugar: el vicario de Estepa (máxima autoridad religiosa), alcaldes, terratenientes, etc. Había un pacto tácito de no agresión entre las autoridades locales y los bandoleros que nunca fue violado por ninguna de las partes y que permitió a los familiares de éstos residir en la zona sin que nadie los molestara.

Los “caballistas de la campiña” de Juan Caballero impusieron su ley por un territorio que tiene una anchura de unos 80-100 kilómetros en sentido norte-sur y algo más, incluso, en sentido este-oeste. Unos 10.000 km2 dentro de los cuales se hallaba el tramo de carretera probablemente más vigilado de toda España, el que va de Córdoba a Sevilla, en la radial de Andalucía, al que habría que añadir el Sevilla-Jerez, que tampoco estaba desguarnecido. Su consolidación en este espacio geográfico terminaría dando profundidad estratégica a las bandas que actuaban en la Sierra de Cádiz, Serranía de Ronda y Cordillera Subbética, las de José María “el Tempranillo”, José Ruíz “Germán” y Frasquito de la Torre. Estas cuatro partidas se coordinaban entre sí y cuando llegaban noticias de que un gran cargamento, bien vigilado, se iba a poner a tiro, se agrupaban y actuaban juntas, como un verdadero ejército capaz de movilizar a 70 u 80 hombres si la operación lo justificaba. Fueron estas acciones conjuntas las que terminaron dando fama internacional al Tempranillo, que era el más conocido de todos y que, por eso, acaparó la atención de los escritores europeos, pero que no se habría alejado tanto de su sierra protectora si no hubiera contado con el sólido apoyo que le brindaban los hombres de la llanura, con su red de informadores, sus refugios, su conocimiento del terreno... en un espacio tan densamente poblado como las campiñas sevillana y cordobesa.

La mutua simpatía que existía entre los liberales y los bandoleros procedía de la alianza tejida entre estos en la Guerra de la Independencia (1808-1814), contra los franceses. Recordemos que el Tempranillo inició su “carrera” en la partida de los Siete Niños de Écija que, en sus orígenes, era un grupo guerrillero que se mantuvo fiel al ideario liberal de las Cortes de Cádiz. Les unía, además, el enemigo común: el gobierno absolutista de Fernando VII.

Desde que Juan Caballero se “tiró al monte” (en 1827) no dejó de ir ascendiendo en el escalafón del bandolerismo andaluz. Era un líder nato que supo imponer su autoridad moral con gran inteligencia y que fue desplegando una estrategia que obligaría, finalmente, a sentarse en la mesa de negociación a los absolutistas de Fernando VII.

Conforme asentaba su autoridad en la Campiña fue elevando, de manera sistemática, el nivel de sus acciones y, ya en la década de los 30, se planteó nada menos que subvertir el orden social en el oligárquico occidente andaluz:

las partidas de Juan Caballero, Germán y otras estaban iniciando en 1832 una nueva táctica de intimidación a los grandes terratenientes, táctica que después va a ser utilizada repetidas veces por los liberales, los anarquistas y las sociedades secretas andaluzas en sus violentas campañas de subversión: el incendio de cosechas o la amenaza de incendio.”19

[…]

En tiempo en que tres partidas de bandidos, la de Juan Caballero, la de José Germán, y otro, llegaron a poner en peligro las haciendas de muchos propietarios, bajo la amenaza de incendiarlas si no pagaban fuertes contribuciones, el Vicario de Estepa gestionó y consiguió el indulto de los citados jefes, cesando aquella alarma.”20

[…]

La coincidencia de estos actos de terrorismo con levantamientos liberales que se suceden ya con rapidez vertiginosa en esos momentos y la proximidad de los grandes movimientos subversivos europeos, justifica sobradamente la política apaciguadora y tal vez de compromiso que el Rey va a desarrollar con el indulto de las “partidas” andaluzas. No se trata tanto de evitar delitos a nivel comarcal, que en ningún momento justificarían un miedo por parte del Rey, como de evitar una situación de terrorismo que tendería a extenderse por todo el territorio nacional.”21


A través de estas citas creo que queda meridanamente claro el salto cualitativo que se estaba produciendo en Andalucía. Se estaban sentando las bases para una insurrección armada, de carácter generalizado, en el occidente andaluz, contra el absolutismo monárquico, que era la cara que presentaba, a la altura de 1830, el ya viejo (porque envejeció muy rápido) centralismo borbónico. ¿Se acuerdan de Pablo de Olavide, de las “nuevas poblaciones”, del tapón de Despeñaperros, del hipotético levantamiento de los andaluces que nunca se produjo pero que los déspotas ilustrados imaginaron como posible? Ese alzamiento no se produjo porque no se dieron las condiciones subjetivas para ello (aunque sí las objetivas). Fue en Andalucía donde se articuló la primera resistencia armada de cierta consistencia contra los invasores franceses, que obligó a éstos a emplear a buena parte de sus efectivos en el frente meridional, aflojando así su presión en otros más septentrionales. Fue en Andalucía donde se produjo el levantamiento de Riego en 1820 y, también, el comienzo del proceso de acorralamiento del absolutismo monárquico, durante los últimos años del reinado de Fernando VII.

La política de confinamiento geográfico de los borbones actuó como un boomerang contra ellos, creando un particular ecosistema meridional en el que era posible estar incubando durante años, sin que al norte de Sierra Morena se percataran del asunto, un modelo de sociedad distinto y alternativo al que funciona al norte de la misma. Y es precisamente el carácter marginal, aislado y periférico que se le ha impuesto a la región desde fuera el que terminó convirtiéndola en el desencadenante de algunos de los cambios políticos que han tenido lugar en España desde entonces.

Volviendo al hilo de nuestra historia, vimos como la conexión entre la cobertura que el Tempranillo dio a las partidas liberales del General Manzanares, unida a la creación del “impuesto revolucionario” por parte de las bandas de Juan Caballero y de Germán, encendió todas las alarmas en Madrid. A través del Vicario de Estepa se concertó un encuentro entre el general Manso y el brigadier Antonio Mauri, por una parte, y Juan Caballero, por la otra, en la que se sentaron las bases del acuerdo que ratificaría el rey el 30 de mayo de 1832. Según éste se concedió un indulto general para los miembros de las partidas del Tempranillo, de Germán y de Juan Caballero (que estaban plenamente activas en ese momento), así como las de Francisco Salas y de Paulillo (cuyos jefes habían muerto y sus hombres se habían redistribuido en las tres primeras. Al citarse estas dos bandas expresamente en el indulto se estaba amnistiando también a sus miembros por los delitos cometidos mientras estuvieron en ellas, antes de unirse a las grandes y se extendía su beneficio a los individuos que se habían desligado de ellas, reinsertándose a la vida “civil”, aunque ocultando su condición de antiguos bandoleros).

En la lista de indultados había 185 personas, que entregaron sus armas en el Santuario de la Fuensanta (Badolatosa) el 19 de julio de 1832.

Apenas transcurridos unos días el 15 de Agosto Día de la Virgen me encontraba con mi esposa viendo la prosecion (ortografía del original) quando me dieron aviso de que debía presentarme en el Ayuntamiento como así lo efectué y allí fui informado de la creazión de un Cuerpo Montado de Vigilancia y Seguridad del qual yo debía se el jefe, en las sisrcunstancias y calidades siguientes.

Se llamará Escuadrón Franco de Protección y Seguridad Pública de Andalucía, con setenta plazas montadas. […] En la orden enviada por el Sr. Capitán General de Sevilla se me nombraba Comandante, y por ello tuve que ponerme en seguida a organizarlo contando con la ayuda de mi excelente compañero y amigo del alma Don Luis Borrego con el nombre y grado de Segundo Comandante. Reclutamos a los dos o tres días hasta 40 hombres de las antiguas partidas y a 25 del mismo mes se tenían ya los uniformes y el Estandarte que nos lo bendijo el Sr. Vicario de Estepa y salimos de correría, causando el asombro qe es de suponer en los pueblos y cortijos qe antes nos habían conocido y nos veían alojados en Cuartel y vestidos con uniforme militar.

Solamente estuve dos meses y medio en el servicio pues en el mes de septiembre se me empezó a hinchar el pie derecho del qual no se había podido extraer la bala que tenía dentro y el dolor era insoportable y no podía ponerme las botas de montar, y entonces pedí a mi compadre José María (el Tempranillo) que se hiciera cargo de mandar el Escuadrón con el permiso reglamentario del Sr. Capitán General.

[…] Pasados unos meses José María según me enteré fue avisado de que una conducción de presos que iban de la cárzel de Córdoba al presidio de Alusemas se habían fugado dando muerte a los soldados que los conducían. El 22 de Septiembre de 1833 al amanecer salió José María con su Escuadrón al encuentro de los fugitivos, que se habían amontado en las prosimidades del pueblo de La Alameda y al ver llegar al Escuadrón se parapetaron en unos peñascos; y José María creyendo que su fama sería bastante a reducirlos se apeó y dirigiéndose a ellos sin sacar la pistola les dijo = Entregarse muchachos que yo soy José María el Tempranillo; y parece que esta fue la única vez en su vida que se llamó a sí mismo con ese nombre porque nunca le gustaron los apodos, como a mi tampoco. Pero los fugitivos no hizieron caso y al acercarse José María le disparó uno joven que llamaban el Barberillo pasandole el pecho. José María fue llevado por los suyos al pueblo de la Alameda donde resibió los Sacramentos y murió como buen cristiano al día siguiente y fue enterrado en la Iglesia de Alameda. Cuya muerte cristiana nos la dé Dios a todos. Amén.”22


José María “El Tempranillo” morirá pues, en 1833 (con 28 años), ¡¡en acto de servicio!! Intentando detener a unos presos fugados. Juan Caballero, en cambio, en 1885; convertido ya en un anciano y respetable ciudadano “escrupuloso cumplidor, así como guardador de los ritos sociales”23. Nunca faltó (desde que recibió el indulto) a la procesión anual de la Virgen de los Remedios, “a la que ofrendó joyas y costeó diversos cultos”24. Los “terroristas” de 1830 morirán como personas de orden en aquella España decimonónica que seguiría, no obstante, su propio curso evolutivo con nuevos protagonistas.

El bandolerismo andaluz no acabó en 1832. Aunque esa fecha marca el fin de su “Edad de Oro”. El 29 de septiembre de 1833 morirá Fernando VII y con él lo hará el absolutismo monárquico. Las historias del Tempranillo y de Juan Caballero están ligadas a las del fin del Antiguo Régimen. Ese año llegarán al poder, ya para quedarse, los liberales que en Andalucía habían compartido trincheras con los bandoleros de esa generación. Con los que vinieron después, como “El barquero de Cantillana” y otros semejantes, ya no habrá indultos ni perdones. En 1844 se creará la Guardia Civil, una policía militarizada y rural diseñada precisamente para, entre otras funciones, erradicar el bandolerismo y que a partir de entonces formará parte del paisaje de las áreas rurales españolas.

El último bandolero, Juan José Mingola Gallardo, alias “Pasos Largos”, será detenido en 1917, condenado a cadena perpetua e indultado por el primer gobierno de la II República en 1932. Murió en un enfrentamiento armado con la Guardia Civil en 1934 y fue enterrado en la ciudad de Ronda, la capital de la Serranía que un siglo antes había sido el santuario de la partida del Tempranillo. El kilómetro cero del bandolerismo andaluz.

1 JOSÉ MARÍA DE MENA: Los últimos bandoleros. Almuzara. Córdoba. 2006.
2 Ibíd.
3 JOSÉ MARÍA DE MENA: Los últimos bandoleros. Editorial Almuzara. Córdoba. 2006. Pp. 23-25.
4 Ibíd. p. 28.
5 Ibíd. pp. 28-29.
6 Ibid. p. 52.
7 Ibid.
8 Ibid. p. 53.
9 Ibid p. 55.
10 La Luisiana era uno de los pueblos de colonización habitado por extranjeros y fundado por Pablo de Olavide en la Nueva Carretera de Andalucía para impedir actuar a los bandoleros en los despoblados de Sierra Morena
11 Ibid. p. 56.
12 Ibid. p. 66.
13 Ibid. p. 73.
14 Ibid. p. 77.
15 Ibíd. p. 77-78.
16 A Juan Caballero –y también a otros bandoleros de esa época- le molestaba que se les denominara de esta manera. Ellos decían que eran “caballistas”.
17 “Memorias de Juan Caballero”, en MENA, JOSÉ MARÍA: Los últimos bandoleros. Almuzara. Córdoba. 2006.
18 Ibid.
19 Ibíd.
20 Memorial Ostipense.
21 JOSÉ MARÍA DE MENA: Ibíd.
22 Memorias de Juan Caballero.
23 JOSÉ MARÍA DE MENA: Ibíd.
24 Ibíd.

sábado, 2 de febrero de 2013

Andalucía, tierra ocupada


La nueva carretera de Andalucía, como dijimos en el anterior artículo, cruza Sierra Morena por el Desfiladero de Despeñaperros, que se convierte así en la puerta de entrada hacia esta comunidad. Este punto de la sierra es bastante abrupto, como su propia denominación sugiere. Había, ciertamente, pasos más fáciles de transitar, sin ir más lejos el que se acababa de abandonar -por el Valle de Alcudia-. Esta elección parece buscar expresamente tener un lugar, dentro de la ruta, que pudiera bloquearse con facilidad por un ejército relativamente pequeño. Es obvio que las consideraciones de tipo militar jugaron un importante papel en la decisión. ¿Qué era lo que temían los ilustrados? ¿Cuál era la hipótesis que barajaban que les empujó a subordinar de esa manera los intereses económicos del país a los militares del estado centralizado? Debía ser algo muy poderoso porque estaban tomando una decisión estratégica que iba a condicionar la relación entre Andalucía y la Meseta Central durante generaciones. Los propios escritos de Pablo de Olavide nos dejan bastante claro que, tanto él como el monarca, eran plenamente conscientes de la trascendencia de las decisiones que estaban tomando.

Pero bloquear Despeñaperros sólo tiene sentido si se teme una potente invasión desde el sur y, a la altura de 1760-1770, la única fuerza militar que, remotamente, podía intentar algo así era Inglaterra, cuya marina era, probablemente ya, la más poderosa del mundo. Pero adentrarse tan profundamente en el Valle del Guadalquivir, para su ejército de tierra, era una verdadera temeridad… ¡Salvo que contaran con el apoyo de la población!

Y aquí surge la inevitable pregunta, claro: ¿Por qué iban los andaluces a apoyar una invasión inglesa en la Península?

No vamos a especular sobre acontecimientos que no llegaron a plasmarse históricamente. Está claro que la hipotética invasión inglesa no llegó a producirse; salvo que consideremos que la penetración de tropas británicas en España en la Guerra de la Independencia (1808-1814), contra los franceses, era esa invasión que ellos temían; pero es evidente que el contexto había cambiado de manera radical y que ese conflicto no era exactamente el que Carlos III había estado barajando como posible. Lo que está claro es que los ilustrados pensaban que la posibilidad de que esta sociedad se volviera contra ellos militarmente era una hipótesis de trabajo que no se debía descartar. 

El Desfiladero de Despeñaperros no ha desempeñado nunca, a lo largo de estos últimos 250 años, el papel para el que se diseñó de contener una invasión desde el sur, aunque sí que ha obstaculizado desde entonces todas las comunicaciones entre Andalucía y la Meseta. Y precisamente por eso sirvió para contener una invasión desde el norte: la de los franceses en la citada Guerra de la Independencia. En la batalla de Bailén (1808) lo que quedaba en pie del ejército español esperó al francés al sur del desfiladero, por el que inevitablemente sus hombres tenían que pasar para mantener su red logística, preparando así el escenario para la primera derrota que sufrieron los ejércitos napoleónicos en campo abierto. Aquí al diseño de los ilustrados se le dio la vuelta y funcionó al revés. Al final, el bloqueo por tierra del territorio andaluz sirvió para facilitar y alargar la resistencia contra las tropas napoleónicas, ante la clara evidencia de que los ilustrados afrancesados españoles habían terminado entregándole los instrumentos del estado, ¡sin lucha!, a un ejército invasor extranjero. Este fue el motivo de que la capital de España, durante la guerra, se trasladara a Cádiz y que desde esta ciudad se organizara no sólo la resistencia contra el invasor sino, también, la Constitución Liberal de 1812, iniciándose así una nueva andadura histórica que ha terminado conduciéndonos hasta los tiempos presentes.

Hay un dato muy revelador de todo lo que hemos venido diciendo hasta aquí, acerca del modelo centralista y radial de los borbones, que es previo a esa histórica batalla: El general Castaños mandó exploradores hacia todos los posibles puntos alternativos de Sierra Morena que pudieran ser potencialmente utilizados para atravesarla. Todos ellos coincidieron, a su vuelta, en una cosa: los accesos alternativos al del Desfiladero de Despeñaperros habían sido destruidos a conciencia, treinta años antes, por los hombres de Olavide, y los puentes habían sido volados (¿?). La España Invertebrada es, como vemos, la consecuencia de un plan, fríamente diseñado y ejecutado por los déspotas ilustrados.

El desarrollo de la identidad andaluza es la reacción a un confinamiento geográfico y a una agresión exterior. Fue la reacción a un diseño político que se hizo fuera de Andalucía y se impuso desde el poder del estado centralizado de los borbones. La fuerte personalidad de un pueblo con una de las trayectorias históricas más dilatadas de Europa terminará haciendo el resto.

El diseño centralista y radial del estado español, que fue esbozado por Felipe V (1701-1748) y desarrollado por Carlos III (1759-1788) fortalece a la camarilla que gobierna pero debilita al país. En la Guerra de la Independencia se vio como la existencia de regiones que eran compartimentos estancos, con una sola entrada, facilitó la acción de los guerrilleros y perjudicó a la de los ejércitos regulares. En este caso vino bien, porque los ejércitos más poderosos eran los invasores, pero era obvio que se le estaba facilitando el trabajo a los cantonalistas, localistas, regionalistas, nacionalistas… Las sociedades son ecosistemas sociales. Si alguien ataca un ecosistema provoca una reacción defensiva en sentido contrario que actúa en el punto en el que el agresor es más vulnerable. Contra una acción siempre se produce un reacción.

Hemos visto como el rey Carlos III y sus más estrechos colaboradores diseñaron un modelo de relación entre el estado español y el “país andaluz” que perjudica a los andaluces, los aleja del resto del continente y los aísla de sus vecinos. Desde entonces el sistema no ha hecho otra cosa más que consolidarse -al menos hasta finales de la década de los ochenta del pasado siglo XX-. Ni los absolutistas, ni los liberales –en sus diversas versiones-, ni los conservadores, ni las dictaduras de Primo de Rivera –cuyo titular era, por cierto, andaluz- y del General Franco movieron un solo dedo para facilitar la comunicación entre la Meseta y Andalucía. Por el contrario todas estas fuerzas políticas no hicieron más que desarrollar y afianzar el modelo previamente trazado. Todos ellos son herederos y continuadores de la política del Despotismo Ilustrado.

A finales de la década de los ochenta del siglo XX, cuando se planteó la construcción del primer Tren de Gran Velocidad español que debía unir Madrid con Sevilla, alguien cayó en la cuenta de que la línea ferroviaria que unía hasta entonces las dos ciudades no seguía el trazado más recto posible, como hubiera sugerido el más elemental sentido común, sino que daba un absurdo rodeo que alargaba el recorrido… ¡¡en 120 kilómetros!! Y claro, no tenía ningún sentido construir una vía donde los trenes iban a circular a 350 km/h y, simultáneamente, hacerle dar a estos un rodeo inútil de 120 km. Entonces “descubrieron” que la ruta más adecuada para hacer el tren del siglo XXI era... la que unía estas dos ciudades ¡en la Edad Media! Los medios de comunicación nos contaron entonces las bondades del nuevo tren que, gracias al espectacular incremento de velocidad, iba a reducir el tiempo de viaje, por ferrocarril, entre las dos ciudades, en casi tres horas. Pocos tuvieron en cuenta que, aún a 350 km/h, 120 km representan 21 minutos de tiempo, que no es imputable ni a la velocidad ni a la tecnología sino a la simple recuperación del viejo camino de siempre.

Pero en el momento en el que escribimos estas líneas, casi 21 años después de la inauguración del Tren de Gran Velocidad, la comunicación por carretera entre las ciudades de Andalucía Occidental y Madrid –La vieja Carretera de Andalucía que diseñaran los hombres de Carlos III–, a pesar de haber sido desdoblada durante este tiempo y corregido su trazado para evitar las travesías urbanas y los accidentes del terreno más acusados, sigue pasando por Despeñaperros y teniendo 80 km. más de los que debiera.

¿Se imagina el coste económico y social que representa que una carretera que cada año recorren varias decenas de millones de personas lleve dando un rodeo inútil de 80 km. durante 250 años? Esto significa un sobrecoste acumulado que deben –y han debido- pagar los viajeros, los transportistas y los consumidores andaluces a la que podemos denominar “Tasa Pablo de Olavide” o, mejor, “Tasa Carlos III”, que continúa hoy plenamente vigente.

Este sobrecoste ha sido y es un lastre que los andaluces han tenido que soportar durante toda la Edad Contemporánea, a sumar al de la barrera cultural, económica y social que nos ha separado de nuestros vecinos del sur que ya arrastrábamos de la época del Antiguo Régimen.

Andalucía pues ha quedado aislada, desde entonces, tanto por el sur –por nuestra ya vieja condición fronteriza– como por el norte –por las nuevas barreras construidas por los ilustrados–. Obligada, por tanto, a ensimismarse y a buscar referentes dentro de sí. Obligada a desarrollar una cultura propia, en íntima relación con su propio entorno natural.

Son costes diferenciales que nos distinguen de la mayoría de las regiones que forman parte del estado español y que no hacen más que alimentar estereotipos. Aquí, como en otra multitud de asuntos que afectan a los humanos, las circunstancias de cada pueblo son vistas desde el exterior como “la-manera-de-ser” de ese pueblo, añadiendo así un tercer sobrecoste: el de los prejuicios.

Pero el resto de España ha pagado también un elevado tributo por aislar a Andalucía del resto del territorio y es que se ha alejado de una de las regiones más estratégicas del Planeta Tierra. Alejarse de Andalucía es hacerlo del Estrecho de Gibraltar y de sus accesos que es, junto al Canal de Suez, al de Panamá y al Estrecho de Malaca, uno de los cuatro puntos del mundo de mayor concentración de buques y de comercio planetario. Fue la conquista del Estrecho de Gibraltar la que hizo precipitarse sobre el territorio andaluz, en la Baja Edad Media, a los comerciantes genoveses y cantábricos; El Estrecho fue el que atrajo a nuestras costas, en la antigüedad, a fenicios, griegos, cartagineses, romanos… el que trajo hasta aquí a los primeros homínidos del continente europeo, el que atrae cada año, a centenares de millones de aves que cruzan nuestro país desde Europa hacia África o viceversa.

Fue esa situación estratégica la que hizo a los británicos blindar con sus naves una posición que para ellos ha sido fundamental mientras dominaron el mundo, que ahora es vital para los norteamericanos y mañana lo será para el futuro imperio que reemplace, en su día, a los Estados Unidos de Norteamérica. Es esa situación la que atrae a nuestras costas a decenas de miles de africanos, cada año, para los que España es la puerta de Europa, la puerta del futuro…

Despeñaperros ha sido, para el estado centralizado borbónico y para sus herederos, algo así como el agujero en el que el avestruz supuestamente mete la cabeza cuando ve aparecer un peligro en el horizonte. La clase dominante española se ha escondido detrás de Sierra Morena, de sus desfiladeros, detrás de la imagen tópica de Andalucía –que le sirve para marcar las distancias con el mundo que hay al sur de esta región- y del dominio británico-norteamericano sobre el Estrecho de Gibraltar y sus accesos, para seguir ignorando la latitud y la longitud en la que el país se encuentra situado. Para seguir jugando al “como-si” fuéramos… el antiguo reino de Borgoña, trasplantado de sitio, que alguna vez –si hacemos bien nuestros deberes- retornará a su ubicación originaria. Así hemos visto como el interés estratégico que las grandes potencias han mostrado siempre por el territorio andaluz ha sido utilizado por los dirigentes políticos españoles como una buena baza para negociar acuerdos internacionales que le permitan reforzar su posición en los foros europeos.

Es una política que da por sentada y acepta, a priori, nuestra posición subordinada en el contexto europeo y nuestro papel de apuntaladores del muro de contención del sur de Europa. Es mucho más fácil, desde luego, que aceptar la extraordinaria responsabilidad inherente a la posición estratégica que España ocupa en el mundo.

Pero España está donde está, le guste o no a los políticos de Madrid o a los de Bruselas. Y está donde está, además, en un tiempo en el que el mundo encoge por momentos, en el que la "Frontera" se extiende en todas las direcciones por obra y gracia del desarrollo económico y tecnológico[2]. España no puede permitirse el lujo de ser un actor pasivo en el reparto internacional de roles, no puede limitarse a ser el eco de los que viven en el corazón de la Torre de Marfil europea, porque está situada sobre un polvorín que se llama África, y está, además, en medio de una de las rutas más transitadas del planeta. Hay, por tanto, que moverse y el que no esté dispuesto a hacerlo tendrá que apartarse del camino.

La perspectiva que se ve desde el sur de Despeñaperros es muy diferente a la que se percibe desde el norte. Ya en el siglo XIX la burguesía andaluza, que veía pasar frente a sus costas a miles de buques cargados con mercancía de calidad, a muy buen precio, que no podía comprar legalmente sin pagar los desorbitados aranceles que el estado centralizado español había establecido para proteger la producción de las industrias catalana y vasca, clamaba en Madrid en defensa de una política económica librecambista, que le hubiera permitido compensar, a través del mar, las consecuencias de la política de confinamiento geográfico que se nos imponía por tierra. Como consecuencia, el contrabando florecerá por toda la región y desarrollará unas redes clandestinas que después también aprovecharán las diferentes partidas de bandoleros.

Hace ya casi un año que dijimos (ver “España: Puente o Frontera[3]) que nuestro país está en el límite entre dos ecosistemas y que es, por tanto, un territorio estructuralmente fronterizo, al margen ya –incluso- de sus propios procesos históricos, que no han hecho sino reforzar esa característica desde la llegada de los árabes al Magreb. También dijimos que las ciudades y los países más ricos han sido, históricamente, los que han sabido aprovechar ese límite entre ecosistemas, porque es el sitio ideal para practicar el comercio, para propiciar el encuentro entre los que son diferentes y pueden, por tanto, ofrecerse entre sí cosas distintas que los enriquezcan mutuamente.

Y sin embargo ese sitio, que resulta ideal para el comercio, puede convertirse también en el más violento de todos si cada cual se enroca en su diferencia y la hace valer frente al otro.

Hemos visto como, a lo largo de la Historia, en España se han ido alternando las dos interpretaciones que se pueden hacer de nuestra condición fronteriza. En la Edad Antigua Andalucía hizo de puente y se convirtió en una de las regiones más ricas de nuestro entorno; en un motor de desarrollo económico. En la Edad Media vinieron los tiempos violentos, cuando nos convertimos en frontera militar.

Durante el Antiguo Régimen seguimos siendo frontera… con respecto al Magreb. Y puente con América. Nos fue relativamente bien, aunque podía habernos ido mucho mejor si el comercio también hubiera florecido con nuestros vecinos del sur.

Y hoy somos la ultraperiferia de una Europa a la que le importa un bledo lo que ocurra en el Mediterráneo. Hoy, como ayer, cuando apostamos por reforzar nuestro rol fronterizo, debemos saber que lo que nos espera es sangre, sudor y lágrimas, como diría Winston Churchill…

Pero siempre tuvimos la otra alternativa, la de convertir nuestra tierra en un puente, en lugar de encuentro y de intercambios. Tenemos que decidir en función de nuestras propias necesidades. Necesitamos dirigentes que miren al mundo desde España, que se ubiquen en él desde ella.

Una España sin Andalucía es un mero apéndice que le sale a Europa por el suroeste. Con ella es el punto de encuentro entre varias civilizaciones.


[2] Dándole aquí a la palabra “Frontera” la acepción de amplio territorio de transición en el que encuentran e interrelacionan las diferentes etnias que viven a ambos lados de la línea que, políticamente, separa ambos mundos.

[3] http://polobrazo.blogspot.com.es/2012/04/espana-puente-o-frontera.html