lunes, 21 de enero de 2013

La utopía de Pablo de Olavide


En junio de 1761 el rey Carlos III decretará la construcción de la Carretera General de Andalucía por Despeñaperros, siguiendo la filosofía del modelo radial francés. Según éste seis grandes carreteras partirían desde Madrid, formando una estrella de seis puntas que seguían respectivamente las direcciones:[1] I- Norte (Burgos y País Vasco), II- Noreste (hacia Aragón y Cataluña), III- Sureste (hacia Levante), IV- Sur (Andalucía), V- Suroeste (Extremadura) y VI- Noroeste (León y Galicia). Este modelo es muy estético y geométrico si lo observamos dibujado sobre un mapa. Se vendió como el más racional, pero ignoró olímpicamente la historia y la geografía humana y subordinó las características orográficas del país al modelo teórico que previamente había sido trazado. Las brillantes mentes ilustradas no tuvieron en cuenta que el modelo que había tenido éxito en un país llano como Francia (conocida como el Hexágono, porque su forma se aproxima bastante a esa forma geométrica, y como un hexágono que es, tiene –lógicamente- seis puntas) no tenía por qué funcionar igual en el segundo país más montañoso de Europa, un país compartimentado y fragmentado por ocho cadenas montañosas.

Andalucía, en ese contexto, es una abstracción que agrupa a todo el Sur. Se traza una línea más o menos recta que sigue esta dirección hasta Sierra Morena y, una vez que se cruza la cordillera, se abren diferentes ramales que unirán con los principales núcleos de la región. La ruta principal, lógicamente, buscará después a las ciudades de Córdoba, Sevilla y Cádiz, es decir, a las que forman la Ruta de las Indias.

Pero este camino es prácticamente nuevo en todo su recorrido. Del viejo que conectaba Madrid con Sevilla sólo quedan las tres ciudades más importantes del mismo y poco más: Madrid, Córdoba y Sevilla. Todo lo demás ha cambiado (Incluso en el tramo Córdoba-Sevilla, que se le hace atravesar por los desiertos de la Parrilla y de la Monclova). Toledo –la vieja capital peninsular- y Ciudad Real[2] quedaron fuera de él y su alternativa “ilustrada” recorre un territorio muy poco habitado –en comparación con su precedente- hasta Despeñaperros y absolutamente desierto al sur de este paso durante los siguientes 50 ó 60 kilómetros. Obligan a los viajeros a abandonar una trama urbana consistente, una ruta consolidada, cargada de historia y bien dotada de ventas y hospederías para sumergirlos en un territorio inmenso y despoblado bajo el sol abrasador de Sierra Morena y de las llanuras de la Mancha, todo ello en aras de la “modernidad”.

Desde que se trazó el camino sobre el papel se hace evidente que hay que colonizar los desiertos demográficos que hay en la ruta[3] -La Peñuela, La Parrilla y La Monclova- y para ello se planifica la fundación de las “Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía”. Esta tarea queda a cargo de Pablo de Olavide:

“Nuevas Poblaciones de Andalucía y Sierra Morena es una Intendencia española creada fruto del proyecto ilustrado iniciado hacia 1767 por Pablo de Olavide que se concibe como una repoblación del territorio en la que se mezclan objetivos económicos y de seguridad del tráfico.

Aunque la mayor parte de la historiografía olvide consignarlo, constituyeron durante el último periodo de la Edad Moderna la “quinta” provincia andaluza; al mismo nivel político-administrativo que los reinos-intendencias de Córdoba, Jaén, Sevilla y Granada” […] “El Fuero de las Nuevas Poblaciones regulaba los aspectos de la vida económica y social de los colonos. La comarca fue poblada de colonos extranjeros europeos, de procedencia alemana, suiza o belga entre otros.” […] “La iniciativa pretendía implantar una nueva organización social, de algún modo liberada de las restricciones jurisdiccionales del Antiguo Régimen. Se rigieron por fueros especiales hasta la creación de la división provincial en 1833.”[4]

“Este proyecto se pone en marcha con la Cédula de 2 de abril de 1767, por la que se aprueba la instalación de 6.000 colonos alemanes católicos y otros naturales en los "desiertos" de La Peñuela (Jaén), de La Parrilla y de La Moncloa (Sevilla y Córdoba, respectivamente) y se ordena con la "Real Cédula que contiene la Instrucción, y fuero de población, que se debe observar en las que se formen de nuevo en la Sierra Morena con naturales, y extranjeros Católicos" de 5 de julio del mismo año.” […] “El proyecto colonizador de Sierra Morena perseguía varios objetivos:

- Mantener el orden público en los principales caminos, especialmente el camino real de Madrid a Andalucía, dado que atravesaban grandes despoblados.
- Poblar unos desiertos,
- Y el más importante, formar una sociedad modelo que pudiera extenderse al resto del país”[5]

[…] "Yo me había figurado dar en las colonias un modelo de aplicación a todos los pueblos de España y en especial a los de Andalucía" (...) "... no sólo serán aquellos pueblos [los nuevos] los más felices de la tierra, sino el modelo con que puedan mejorarse todos los de España" (...) "... podrán ser las Poblaciones el ejemplo de España no sólo para la buena Agricultura, sino también para la industria, actividad y trabajo de sus naturales" (OLAVIDE).[6]

Las “racionales” mentes de los ilustrados pretenden solucionar un problema que ellos acaban de crear: Hay que mantener el orden público en los principales caminos, que están despoblados porque son nuevos y evitan expresamente a las poblaciones que habían ido surgiendo en los anteriores quinientos años a lo largo de la vieja ruta. Por otra parte, al cesar una de las principales actividades económicas de las áreas geográficas del viejo camino se está induciendo la decadencia y consiguiente despoblación de éstas. ¿Cuál es, por tanto, el objetivo último que se esconde detrás del nuevo diseño? Pues un evidente rechazo, a priori, al modelo de sociedad realmente existente en el país. Lo que no les gusta es España y pretenden cambiarla trasplantando a unos cuantos miles de colonos del corazón del continente al corazón de la Península. Es la vieja cantinela de los borgoñones y de los Habsburgo, vestida ahora de “racionalidad” y de “modernidad”

La componente utópica -o distópica- del plan trazado por Olavide es determinante. Se supone que las Nuevas Poblaciones serían el germen de la sociedad que en el futuro debía regir en todo el país. Desde ese punto de vista debió de resultar providencial la persistencia, a mediados del siglo XVIII, de grandes despoblados en Andalucía. Para hacernos una idea del concepto que los ilustrados tenían acerca de lo que debía ser la sociedad ideal reproduciremos algunos de los artículos del “Fuero de las Nuevas Poblaciones”:

“6. Cada población podrá ser de quince, veinte o treinta casas a lo más, dándoles la extensión conveniente.”

“13. La distancia de un pueblo a otro deberá ser la competente, como de cuarto o medio cuarto de legua, poco más o menos, según la disposición y fertilidad del terreno; y se cuidará, que en el principio de el libro de repartimiento haya un plan, en que este figurado en el término e indicados sus confines, para que de este modo sean en todo tiempo claros y perceptibles.”

“15. En paraje oportuno, y que sea como centro de los lugares del Concejo, se construirá una Iglesia con habitación y puerta para el Párroco, casa de Concejo y cárcel, para que sirvan estos edificios promiscuamente a estos pobladores para sus usos espirituales y temporales.”

“18. La elección del Párroco por ahora ha de ser precisamente del idioma de los mismos pobladores, dándoles sus licencias el Ordinario diocesano, mediante testimoniales que deben presentar, y el nombramiento del Superintendente de las poblaciones a nombre mío; pero en cesando la necesidad de valerse de Sacerdotes extranjeros, la elección se ha de hacer en concurso con relación de todos los aprobados, para que la Cámara consulte y nombre a S.M. por su Real Patronato.”

“32. Cuidará mucho el Superintendente, entre las demás calidades, de que las nuevas poblaciones estén sobre los caminos Reales o inmediatas a ellos, así por la mayor facilidad que tendrán que despachar sus frutos, como por la utilidad de que estén acompañadas, y sirvan de abrigo contra los malhechores o salteadores públicos.”

“74. Todos los niños han de ir a las escuelas de Primeras letras, debiendo haber una en cada Concejo para los lugares de él, situándose cerca de la Iglesia, para que puedan aprender también la doctrina y la lengua española a un tiempo.”

“75. No habrá estudios de Gramática en todas estas nuevas poblaciones, y mucho menos de otras Facultades mayores, en observancia de lo dispuesto en la ley del Reyno, que con razón les prohíbe en lugares de esta naturaleza, cuyos moradores deben estar destinados a la labranza, cría de ganados, y a las artes mecánicas, como nervio de la fuerza de un Estado.”

Sus “moradores deben estar destinados a la labranza, cría de ganados, y a las artes mecánicas, como nervio de la fuerza de un Estado”. Se ha diseñado una sociedad eminentemente rural, que contrasta significativamente con la trama urbana de las agrovillas andaluzas que la rodean, muy distanciada –por tanto- desde el punto de vista cultural y anímico del resto del país y se pretende que sus habitantes actúen de guardianes de la nueva ruta.

Desde el poder central del estado “ilustrado” se ha puesto en marcha un plan que busca romper la cohesión interna de la sociedad tradicional que habita el país. Se pretende establecer una línea directa entre el núcleo duro del poder y las áreas rurales de la nueva intendencia, sin intermediarios. La composición étnica de sus habitantes es extranjera para que no haya vínculos ni relación previa alguna con las poblaciones autóctonas. Al obligar a los demás a comunicarse con la capital del estado a través de los caminos que cruzan estos territorios se pretende desestructurarlos (150 años después, Ortega y Gasset descubrirá que España es un país “invertebrado” pero, como buen intelectual español imputará, como de costumbre, la responsabilidad del asunto a la peculiar manera de ser de los españoles. ORTEGA Y GASSET, JOSÉ: España Invertebrada), romper sus dinámicas históricas, crear un país de “nueva planta” –para usar una expresión típica de los borbones españoles del siglo XVIII-. Si el objetivo hubiera sido solamente “poblar unos desiertos” podrían haberse utilizado para ello a algunos de los cientos de miles de jornaleros sin tierra que había en el país, lo que hubiera contribuido a elevar los niveles de vida de las clases populares y a amortiguar un poco las importantes tensiones sociales existentes en él. Pero es evidente que la España de los ilustrados es tan oligárquica como había sido la de los Habsburgo y que la mejora de los niveles de vida de las clases populares no era algo que formara parte de su programa político.
Otro dato a tener en cuenta acerca de la nueva Carretera de Andalucía es que aumenta significativamente la distancia física entre las provincias más occidentales de esta región y la capital de España. El viejo camino:

“Salía de Córdoba y, por Alcolea y Adamuz, ascendía hacia Conquista para, por la línea del ferrocarril, cruzar el río Guadalmez y continuar por el puerto y camino del Horcajo, valle de Alcudia y puerto de la Coja a salir a Almodóvar del Campo, y por el puerto de Caracuel, a Ciudad Real. Este viejo camino tenía la ventaja de seguir la línea más fácil y de menor resistencia aprovechando los pasos naturales, los terrenos abiertos y considerables espacios despoblados. Resultaban, de esta forma, 272 km. de Córdoba a Toledo, mientras que por Bailén y Manzanares son 350.[7]

La distancia entre Córdoba y Toledo ha aumentado en unos 80 kilómetros, la Córdoba-Madrid aproximadamente lo mismo. 80 kilómetros, en el siglo XVIII, significaban dos días de camino para el viajero medio. Esto representaba un incremento de la distancia de un 25% entre Córdoba y Madrid. La distancia Córdoba-Ciudad Real aumentó mucho más en términos absolutos -en términos relativos el incremento será brutal-. El impacto que todo esto tuvo sobre la comunicación entre las capitales de Andalucía con respecto a las de Castilla-La Mancha fue inmenso. ¿Qué posibles estímulos podrían tener los viajeros andaluces para dirigirse de manera expresa a Toledo o a Ciudad Real? Las dos ciudades estaban ahora mucho más lejos y ya no eran camino hacia ninguna parte. Habían quedado –especialmente Ciudad Real- virtualmente aisladas de sus vecinos del sur.

Si alguien tuviera la capacidad de mover una isla de sitio y la situara 80 kilómetros más lejos del continente al que se encuentra ligada estaría, obviamente, obstaculizando sus comunicaciones con él. Pero, como compensación, la habría puesto 80 kilómetros más cerca de otros lugares y sus habitantes podrían reorganizar su sistema de comunicaciones y, tal vez, este cambio les podría estar abriendo otras posibilidades. El navegante es un viajero que crea, en cada viaje, su propio camino. No está tan inerme ante los designios de los poderosos como pueda estarlo el viajero de tierra.

Si hacemos que un camino, en tierra, sea 80 kilómetros más largo, estamos haciendo un daño irreversible a los viajeros que lo frecuentan, a los habitantes de las ciudades que son atravesadas por él, a los comerciantes que lo usaban para transportar sus mercancías. El resto del mundo al que no se llega por ese camino sigue estando a la misma distancia, al contrario de lo que sucedía con los habitantes de nuestra isla viajera.

Pues este es el caso de las actuales cinco provincias más occidentales de Andalucía –Cádiz, Huelva, Málaga, Sevilla y Córdoba- y también de los de las ciudades de Toledo y Ciudad Real. Las cinco provincias andaluzas citadas están 80 km. más lejos de Madrid desde entonces –y de esto hace ya, prácticamente, 250 años-. Estar más lejos de Madrid significa, para Andalucía, estar más lejos del resto de España y, también, del resto de Europa, puesto que en el estado borbónico centralizado, todos los caminos pasaban por Madrid. Es como si Andalucía Occidental estuviera situada 80 km. más al sur de lo que está realmente, 80 km. más lejos de la ecúmene europea –pero a la misma distancia del resto del mundo-. Estamos hablando de un país que tiene una superficie de 52.679 km2 y una población actual de seis millones de habitantes, es decir, un país más grande y más poblado que Dinamarca.

Al aislar Andalucía de las capitales del occidente castellano-manchego se está rompiendo la comunicación con ellas. Andalucía sólo se comunicará, por tierra, con Madrid, a través de un territorio muy poco habitado, muy rural –antes lo hacía a través de algunas de las ciudades de más solera y más cargadas de historia de Castilla la Nueva-. Queda inerme y separada del resto del país del que había formado parte hasta entonces. Es como si hubiera sido apartada del resto de la familia y, además, en medio se sitúa una población -vigilando el camino- que no es ni andaluza ni castellana, sino que habla lenguas extrañas, del grupo germánico. Este es el diseño que tenían los borbones reservado para nuestra comunidad. El monarca más “ilustrado” de la historia de España acababa de decidir que Andalucía no formaba parte de Europa.

Pero Andalucía, al menos, tiene una importante fachada litoral y ocupa una posición estratégica a escala mundial. Sus naves seguían abriéndose camino rutinariamente hacia el continente americano y, también, hacia los puertos atlánticos y mediterráneos de Europa. En cambio, el impacto que el diseño ilustrado tuvo sobre la Meseta Sur –excluida Madrid- fue demoledor. Simplemente aisló este espacio geográfico del resto del mundo, al que había que acceder a través de los ejes que convergían en la capital del estado. Aislar por tierra a un territorio es construir una cárcel colectiva en la que se encierra a sus habitantes. Hay gran cantidad de estudios demográficos, económicos o históricos en los que se nos aclara que, si bien los territorios que forman parte de la Meseta Central española –excluida Madrid- han sido, durante los últimos doscientos o trescientos años, de los más pobres y deshabitados de España, esto no siempre ha sido así; de hecho, en la Baja Edad Media poseían un extraordinario dinamismo y, aunque pueda sorprender, presentaban en muchos lugares densidades de población más altas que las que tienen en la actualidad[9].

Al trazar seis rutas que se abren en estrella desde la capital del estado hacia la periferia -subordinando el resto de las comunicaciones terrestres a estos caminos privilegiados- se está decidiendo que estos serán los ejes del desarrollo económico del futuro y se está debilitando al resto de la estructura. El desarrollo de los movimientos nacionalistas en España a lo largo de los siglos XIX y XX –tanto de los centralistas o “españolistas” como de los periféricos- surge en los extremos de estas rutas, en las islas de desarrollo donde se han concentrado los esfuerzos del poder político. Como los que habitan en estos lugares privilegiados se sienten “aislados” del resto y, por tanto, diferentes de sus vecinos más cercanos, terminan desarrollando movimientos políticos que resaltan y hacen valer esa diferencia. Es significativo que los grupos independentistas más potentes se hayan desarrollado en Cataluña y el País Vasco, que son las dos únicas salidas por tierra hacia Europa que contemplaba el sistema radial borbónico. Esa relación, desde luego, no es casual. Han sido aislados del resto del país, subordinados estructuralmente -desde el poder político- a una isla lejana llamada Madrid, y son el camino terrestre hacia el continente. ¿Por qué tienen que seguir obedeciendo órdenes del poder central?

Cuando un dirigente diseña y pone en marcha un modelo nuevo es responsable de sus consecuencias y, en cierta medida, también de las reacciones que razonablemente cabía esperar que se produjeran contra él. Los grupos sociales que se van a sentir perjudicados es lógico que respondan, y con ese dato hay que contar. La responsabilidad de la reacción no puede imputarse sólo al que la protagoniza sino, también, al que la ha provocado. Los déspotas ilustrados protagonizaron una agresión en toda regla contra la sociedad española tradicional, de manera fría y calculada, y en buena medida son responsables de toda la dinámica de acciones y reacciones que se produjeron después como consecuencia de la misma. Pero esta parte la veremos el próximo día.



[1] En el sentido de las agujas del reloj. Así están numeradas.

[2] Ciudad Real era una villa de realengo que se creó expresamente en la Baja Edad Media para reforzar la ruta de la frontera. Desempeñó un importante papel como contrapeso del asfixiante papel que, en esa zona, llegó a ejercer la Orden de Calatrava, como nos retrata Lope de Vega en su “Fuenteovejuna”.

[3] Los “desiertos” de los que hablamos eran, simplemente, zonas deshabitadas como consecuencia del sistema de poblamiento que había caracterizado históricamente a la región; que presentaba grandes vacíos que separaban a unos municipios bastante grandes, para lo que era habitual en el resto de Europa. Sin embargo, había una significativa flora y fauna salvajes.

[4] http://es.wikipedia.org/wiki/Nuevas_Poblaciones_de_Andaluc%C3%ADa_y_Sierra_Morena (10/7/2009).

[5] CRISTÓBAL GÓMEZ BENITO, citado en:
http://colonizacion.losmonegros.com/Inicial/colonizacion/panel6.html  (10/7/2009).

[6] http://colonizacion.losmonegros.com/Inicial/colonizacion/panel6.html  (10/7/2009).

[7] MADRAZO, SANTOS (1984) El sistema de transportes en España, 1750-1850. Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y puertos, Ediciones Turner, Madrid.

[9] La provincia de Soria tenía, el 1 de enero de 2008, una densidad de población de 9,19 hab./km2. La de Madrid, cuya capital se encuentra a 231 km de distancia de la capital soriana, tenía 781,82 hab./km2, esta es una de las consecuencias históricas del “genial” diseño de los “ilustrados” del siglo XVIII. Pero uno de los casos más sangrantes de marginación como consecuencia directa del diseño radial de las vías de comunicación trazado por los ilustrados es el de Teruel, pujante ciudad medieval y uno de los más bellos ejemplos del arte mudéjar, núcleo de una de las provincias más extensas de España, que se ha convertido en la capital menos habitada del país y, desde hace algunos años, ha venido desarrollando un potente movimiento ciudadano que tiene el ilustrativo nombre de “Teruel Existe”. Situada a mitad de camino entre la quinta ciudad española (Zaragoza) y la tercera (Valencia), se encuentra en un eje que era vital para el antiguo reino de Aragón, aunque no para los centralistas borbónicos. Una ciudad que podía haber actuado como el cemento que uniera a las comunidades de Aragón y de Valencia se la ha dejado morir. El desarrollo del eje de comunicación Valencia-Zaragoza no sólo habría sido un poderoso instrumento para combatir el hundimiento demográfico y económico de ésta zona sino que, a través de Huesca y Toulouse, se podía haber convertido en un potente eje de comunicación internacional alternativo al ya saturado eje mediterráneo español.

miércoles, 2 de enero de 2013

La Ultraperiferia



En España hay una región donde todos los elementos estructurales que hemos definido para el conjunto del país se dan por partida doble. Un lugar que es la frontera del país fronterizo por antonomasia, la periferia del país periférico, la proa que se abre camino a través del mar hacia África y hacia América. Una tierra que, cuando la Península formaba parte del corazón del mundo mediterráneo, era la más estrechamente vinculada con ese mundo, la más central de todas ellas. Fue la más romanizada, la más púnica y la más arabizada de todas. El lugar desde donde partieron las naves que descubrieron el Nuevo Mundo y las que dieron la primera vuelta al globo terráqueo; desde donde partieron los hombres que hicieron posible la epopeya americana; donde se estrellaron los ejércitos napoleónicos en sus afanes imperialistas. Por todo esto es fácil inferir que esta región es una atalaya desde donde es mucho más fácil observar todos los fenómenos que a través de este conjunto de artículos estamos pretendiendo mostrar.

Al igual que los astrónomos buscan las cumbres de las montañas para situar en ellas sus observatorios y eliminar así el mayor número de interferencias posible en su objetivo de observar el cielo, este lugar es el sitio justo donde hay que colocar los telescopios para descubrir una perspectiva única de las sociedades humanas. Aquí se abre una ventana al mundo que, cuando se dan las circunstancias idóneas, nos permiten atravesar el tiempo y el espacio con nuestra mirada y descubrir algunos de los elementos más profundos que anidan en el alma humana. A estas alturas está claro que el lector ya ha adivinado que estamos hablando de Andalucía.

Andalucía es una encrucijada donde se encuentran dos mares y dos continentes. Un lugar de paso donde han dejado su huella íberos, celtas, tartesios, turdetanos, fenicios, cartagineses, romanos, vándalos, bizantinos, visigodos, bereberes, árabes, judíos, gitanos, cristianos... Una tierra añorada por aquellos pueblos que, en diversos momentos de la Historia, se vieron obligados a abandonarla. Un espacio colmatado por el poso que han ido dejando, a lo largo del tiempo, toda esta variedad de individuos, de visiones del mundo, de creencias diversas. Donde, a base de ver pasar invasores, sus habitantes han aprendido, como el junco, a plegarse cuando arrecia la tempestad, para enderezarse luego -cuando vuelve la calma- y han construido un universo lleno de matices, de rostros, de colores, de música, de poesía, de personas que se encuentran en la plaza pública y ¡hablan! ....

Situada en el extremo occidente del mundo mediterráneo fue el Fin de la Tierra para la humanidad antigua, pero se incorporó muy pronto a las grandes rutas comerciales. Los fenicios fundarán la ciudad de Cádiz (Gádir) en el 1104 A. C.[1] convirtiéndola en la ciudad más antigua de Occidente puesto que, por esas fechas –290 años antes de la fundación de Cartago, 350 de la de Roma y 370 de la de Siracusa-, no había ningún núcleo de población que mereciera tal nombre al oeste de Grecia y de Egipto.

En la antigüedad el occidente andaluz era conocido por sus grandes yacimientos mineros de cobre y de plata. También se comerciaba con el estaño que procedía de regiones más septentrionales. De esta manera los pueblos del Próximo Oriente, que estaban aún en la Edad del Bronce, adquirían aquí buena parte de los metales que ellos necesitaban.

Y Andalucía adquirió, entre los pueblos del Levante Mediterráneo, perfiles de leyenda por su lejanía, por la constatación de que no había ninguna otra tierra más allá, de que el mar que se abría al otro lado del Estrecho de Gibraltar era inmenso, tenía unas mareas con una amplitud desconocida en el ámbito mediterráneo y sus temporales adquirían, en invierno, una dureza inusitada.
Cuando un navegante fenicio, griego o egipcio, después de recorrer todo el Mediterráneo de este a oeste, atravesando países habitados por pueblos neolíticos que vivían en pequeñas aldeas, alcanzaba las playas de Tartesos y veía un estado organizado, con ciudades, con unas florecientes agricultura, ganadería, minería y un activo comercio; un pueblo que conocía la escritura, cuyos nobles eran bilingües y dominaban el idioma fenicio y cuyas mujeres se adornaban con objetos como los que constituyen el Tesoro del Carambolo –que puede contemplarse en el Museo Arqueológico de Sevilla- era lógico que quedaran vivamente impresionados y volvieran a sus respectivos países contando historias que el tiempo y la lejanía agigantó hasta convertirse en la leyenda de la Atlántida.


 Tesoro del Carambolo - Museo Arqueológico de Sevilla

Tras la descomposición del reino de Tartesos se inicia la época de los principados turdetanos y de sus ciudades-estado que se expanden por todo el sur peninsular, hasta integrarse finalmente –en la época de los bárcidas- en el Imperio Cartaginés.

Cuando los romanos, a finales del siglo III A. C. -en la II Guerra Púnica-, ponen su pie en el país, Andalucía ya acumula el bagaje de casi un milenio de cultura urbana, lo que no deja indiferentes a los conquistadores, que crean en ella la provincia de la Hispania Ulterior –renombrada después como la Bética-, primera provincia senatorial, desde el punto de vista cronológico, situada fuera del ámbito italiano.

Para los romanos, la Bética era una prolongación de Italia; una provincia fuertemente romanizada, latinizada y urbanizada[2]; netamente exportadora, que inundaba el Imperio con sus metales, sus productos agrarios, sus salazones de pescado[3], su industria alimentaria en general. También participaba plenamente en la vida política y cultural del mismo. En la Bética nacieron los emperadores Trajano y Adriano, el filósofo Séneca y el poeta Lucano. Sus habitantes gozaron de la ciudadanía romana a partir del año 74 D.C.

En definitiva, el sur de Hispania era, a todos los efectos, una de las regiones centrales del Imperio; un territorio que participaba plenamente de la corriente principal de la cultura latina, que se sentía a gusto y plenamente integrado en aquél universo mental en el que se fue abriendo paso el cristianismo primitivo, deudor ideológico del estoicismo romano, cuyo máximo exponente –Séneca- era precisamente un hispano de la Bética.

Las invasiones bárbaras pusieron punto y final a aquella era de prosperidad y la Bética pasó a convertirse en el reino de los vándalos, que serán expulsados algún tiempo después por los visigodos hacia el norte de África. Pero los hispanorromanos meridionales se resistían a ver pasar pueblos germánicos de un lado para otro en aquella tierra –antaño próspera- que se había convertido en un campo de batalla, y la expansión de los bizantinos de Justiniano por el occidente mediterráneo les brindó la oportunidad de reinsertarse, durante tres generaciones, en aquél intento de resucitar la antigüedad tardía en el sur de Iberia.

Será Leovigildo (572-586), el más poderoso de los reyes visigodos, el que reconquiste esta región que era la única que se había mantenido fuera, hasta ese momento, de la construcción del primer estado ibérico unificado. Pero si los visigodos fueron capaces de conquistar la Bética, desde el punto de vista militar, desde el cultural –por el contrario- fue la Bética la que conquistó al reino visigodo. Desde la ciudad de Sevilla la visión del catolicismo que lideraría San Leandro transformaría, desde dentro, al arrianismo visigodo, y en el eje que formaron las ciudades de Sevilla y Cartagena –los dos extremos de la Hispania bizantina- en el tránsito del siglo VI al VII de nuestra era, se producirá una verdadera eclosión cultural y religiosa, cuyos referentes más destacados serán San Leandro, San Isidoro, San Fulgencio, Santa Florentina y San Hermenegildo; una masa crítica que transformó el cristianismo medieval de manera irreversible. En este magma cultural surgen libros como:


De natura rerum (Sobre la naturaleza de las cosas, un libro de astronomía e historia natural dedicado al rey visigodo Sisebuto), De ordine creaturarum, Regula monachorum, De differentiis verborum […] y, sobre todo, Originum sive etymologiarum libri viginti (Etymologiae o Etimologías).

Éste último dividido en veinte libros, con 448 capítulos, constituye una enorme obra enciclopédica en la que se recogen y sistematizan todos los ámbitos del saber de la época (teología, historia, literatura, arte, derecho, gramática, cosmología, ciencias naturales...). Gracias a esta obra, se hizo posible la conservación de la cultura romana y su transmisión a la España visigoda.

Esta recopilación de la cultura clásica fue tan apreciada, que en gran medida sustituyó el uso de las obras de los clásicos cuyo saber recoge.”4



Las Etimologías –de San Isidoro- se convirtieron muy pronto en el libro de texto por antonomasia en las escuelas europeas de la Alta Edad Media. Durante siglos fue considerada la gran obra que recogía todo el saber de su tiempo. Fue la base que se utilizó para enseñar el Trivium (Retórica, Gramática y Dialéctica) y el Quatrivium (Geometría, Astronomía, Aritmética y Música). Este texto tuvo, igualmente, una gran difusión durante el Renacimiento, a partir de la invención de la imprenta, pues hay constancia de la existencia de, al menos, diez ediciones de él entre 1470 y 1530.

Pero el momento cumbre de los seguidores de San Leandro lo constituyó el III Concilio de Toledo (589), en el que éste desempeñaría un papel estelar y en el que, según nos han contado, abjuró del arrianismo el rey visigodo Recaredo (586-601). En este acontecimiento se convirtieron oficialmente al catolicismo, además del rey, ocho obispos arrianos, así como numerosos nobles, y el estado visigodo adoptó formalmente la fe trinitaria.

Tras la invasión musulmana, La capital de Al-Ándalus se establecerá en Córdoba, en el corazón del territorio andaluz. Esta ciudad será el eje del universo andalusí durante más de trescientos años –hasta la revolución cordobesa de 1031- y seguirá siendo después uno de sus focos principales. En ella crecerán Abulcasis[5], Averroes[6] y Maimónides[7], figuras intelectuales de primera magnitud que han ejercido una gran influencia entre los pueblos que profesan las tres religiones monoteístas.

Tras la “reconquista” cristiana, las ciudades andaluzas se sitúan, desde el primer día, en la vanguardia de todas las expediciones castellanas hacia África y hacia el Atlántico. En Sevilla se dan cita los navegantes genoveses, gallegos, vascos, flamencos, ingleses… En esta zona confluyen las tradiciones marineras del Atlántico y del Mediterráneo, que habían permanecido aisladas entre sí durante la larga dominación musulmana del Estrecho de Gibraltar. Es en ese contexto en el que surge un nuevo tipo de nave que combina lo mejor de las dos tradiciones: la carabela. Una embarcación que, como sabemos, resultaría decisiva en la Era de los Descubrimientos Geográficos por su extraordinaria maniobrabilidad.

Durante los últimos siglos de la Edad Media, los marineros de los puertos del Golfo de Cádiz se van abriendo paso por el Océano Atlántico en dura lucha con sus vecinos portugueses y berberiscos. Este duro enfrentamiento los va templando y preparando para las grandes empresas que el destino les había reservado. El 3 de agosto de 1492 un puñado de ellos, reclutados en los diversos puertos del suroeste andaluz, se hace a la mar, en tres naves, desde la localidad onubense de Palos de la Frontera. Su objetivo: encontrar una ruta hacia Asia navegando hacia el oeste. No alcanzaron, esa vez, el continente asiático sino otro que permanecía oculto, al otro lado del mar, lejos de las rutas conocidas por los pueblos del Viejo Mundo. Y desde el momento en el que los castellanos pusieron el pie en esa nueva tierra -que hoy llamamos América- todo empezó a cambiar y ya nada sería igual. Para bien o para mal, la presencia de los pueblos ibéricos en el continente americano desencadenará toda una serie de transformaciones históricas que condicionarán, ya para siempre, el tipo de relación que los pueblos europeos establecerán con los que habitan el resto del planeta.

Mientras los marinos de la costa del Golfo de Cádiz se van abriendo paso en los caladeros atlánticos, Sevilla se va convirtiendo en el gran puerto comercial del suroeste de Castilla. Y desde el momento en el que llegan las primeras noticias del descubrimiento colombino se transformará en la Puerta de América. Será, durante los siguientes 250 años, el punto de encuentro donde confluyan las naves que proceden de o se dirigen al Nuevo Mundo y, también, donde se darán cita los grandes mayoristas de toda Europa que desean participar en el comercio trasatlántico. También será, durante ese tiempo y junto con Lisboa, la ciudad más cosmopolita de Europa. Un lugar donde se encontraban hombres que procedían de los cinco continentes.[8] Era la ciudad más poblada de España y una de las mayores de Europa; también una de las mejor urbanizadas.

En la Andalucía de los siglos XV al XVII crecieron humanistas como Nebrija, Fray Bartolomé de las Casas o Benito Arias Montano; literatos como Mateo Alemán, Fernando de Herrera, Luis de Góngora, Fray Luis de Granada, Rodrigo Caro o Vicente Espinel; pintores como Velázquez, Murillo, Zurbarán o Valdés Leal; escultores como Martínez Montañés, Alonso Cano, Alonso de Mena; arquitectos como Alonso de Vandelvira, el ya citado Alonso Cano o Francisco Herrera, etc. Por aquí pasarán, en uno u otro momento de su vida, la mayor parte de los grandes artistas e intelectuales de la España del Siglo del Oro. El propio Cervantes comenzó a escribir su obra maestra durante su estancia en la cárcel de Sevilla; ciudad que inspirará, igualmente, multitud de obras literarias de la época. Hay personajes literarios, como Don Juan Tenorio o Rinconete y Cortadillo que están indisolublemente ligados a esta ciudad.

Esta es la plataforma que sirvió de base para construir la Andalucía contemporánea. Pero durante el siglo XVIII asistiremos a un giro copernicano en la evolución de los procesos históricos que afectaron a esta comunidad. Se trata de una historia que tiene entidad suficiente como para dedicarle un capítulo monográfico. Así que la dejaremos para el próximo día.



[1] Según la tradición 80 años después de la Guerra de Troya.

[2] A este respecto debemos citar a Estrabón, quien en su obra Geografika afirma: “Las ciudades [de Turdetania] son numerosísimas, pues dicen ser doscientas.” García y Bellido, Antonio: España y los españoles hace dos mil años (según la Geografía de Estrabón), Espasa Calpe (Colección Austral), Madrid, 1945.
Y también ...son considerados [los turdetanos] los más cultos de los iberos, ya que conocen la escritura y, según sus tradiciones ancestrales, incluso tienen crónicas históricas, poemas y leyes en verso que ellos dicen de seis mil años de antigüedad”. Ibid.

[3] El Garum era el producto estrella, una salsa elaborada a base de atún que era muy apreciada como condimento en todo el Imperio.

[4] http://es.wikipedia.org/wiki/Isidoro_de_Sevilla (1/6/2009)

[5]Abu l-Qasim Jalaf ibn al-Abbas Al-Zahrawi (936 - 1013), también conocido como Abulcasis, fue un médico y científico andalusí. Considerado como uno de los padres de la cirugía moderna, sus textos, donde combinaba las enseñanzas clásicas greco-latinas, con los conocimientos de la ciencia del próximo oriente, fueron la base de los procedimientos quirúrgicos europeos hasta el renacimiento. Su mayor contribución a la historia es Al-Tasrif, una obra de treinta volúmenes sobre la práctica médica.” http://es.wikipedia.org/wiki/Abulcasis (2/6/2009).

[6]Averroes es el nombre por el que se conoce en la tradición occidental a Abū l-Walīd Muhammad ibn Ahmad ibn Muhammad ibn Rushd (Córdoba, Al-Ándalus, 1126 – Marrakech, 1198), filósofo y médico andalusí, maestro de filosofía y leyes islámicas, matemáticas y medicina.
Escribió comentarios sobre la obra de Aristóteles (de ahí que fuera conocido como «El Comentador») y elaboró una enciclopedia médica. Sus escritos influyeron en el pensamiento cristiano de la Edad Media y el Renacimiento. http://es.wikipedia.org/wiki/Averroes (2/6/2009)

[7]Moshé ben Maimón, también llamado Maimónides (1135, Córdoba - 1204, Fustat , Egipto), fue el médico, rabino y teólogo judío más célebre de la Edad Media. Tuvo una enorme importancia, como filósofo y religioso en el pensamiento medieval. http://es.wikipedia.org/wiki/Maim%C3%B3nides (2/6/2009)

[8] Como anécdota demostrativa de hasta qué punto esto era así podemos citar la llegada a la ciudad de una embajada japonesa, en 1614, comandada por el samurái HASEKURA TSUNENAGA, que tenía el encargo de entrevistarse con el rey de España y con el Papa. Cumplida su misión regresaría a su país en 1620.